Corrupción política

CAROLINA CRESPO FERNÁNDEZ

Una lacra recorre España. Su nombre es «corrupción» y su apellido, «política». Si sumamos la constelación de episodios judiciales en los que se hallan actualmente implicados políticos, podría decirse que España vive un estado de degeneración creciente, carente de la mínima dignidad y decencia. Los primeros interesados en desterrar de la vida política y de sus partidos a estos personajes corruptos son los políticos, que ven cómo su trabajo es oscurecido por el mal ejemplo de sus compañeros. Una política destinada a conseguir el bien común ha de enfrentarse a la corrupción y las causas que la generan. La política es una actividad de servicio necesaria, y quienes se dedican a ella tienen la obligación de dar ejemplo.

Resolver este problema supone impedir esos comportamientos, pero, sobre todo, plantearse cuál es la raíz de los mismos y qué consideramos bueno y justo para nuestra sociedad.

Sobran los motivos para la indignación. Ya nadie niega que la raíz de la crisis económica está en la crisis moral. Usureros, avaros y sinvergüenzas los ha habido siempre, pero ¿qué ha sucedido para que hoy sean portada y titulares de todos los medios de comunicación? Esto no se combate con leyes, pues el trasfondo es moral; se han trasladado los vicios particulares a la esfera pública. Ha nacido una nueva clase social que se rige por el «que no te pillen» y «el fin siempre justifica los medios». La corrupción no se resolverá mientras los ciudadanos, la sociedad y sus instituciones no aborden el trasfondo moral de la cuestión. La democracia por sí sola no acabará con esta lacra, pues no tiene capacidad para establecer los fundamentos morales de la convivencia ciudadana.

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