OPINIÓN
CORONA DE GLORIA
Sorprende la rapidez de algunas beatificaciones y la paralización de otras
Hace ya unos años, leí de un tirón un libro titulado «Corona de gloria». Se trataba de una biografía del Papa Pío XII escrita por dos autores, uno judío y otro protestante: poco propicios, pues, a escribir una hagiografía o un texto apologético. Y sin embargo, como eran investigadores serios y libres de prejuicios, decían la pura verdad de los hechos y no se plegaban a la oleada de calumnias que —en vida y sobre todo después de muerto— tuvo que soportar el último pontífice nacido en Roma.
Me ha venido a la memoria la figura de Pío XII por la beatificación de Pablo VI y el encuentro con una persona conocida que mostraba su estupor ante esta beatificación en contraste con el olvido de que es objeto el Papa que seguramente más sufrió en su pontificado en todo el siglo XX. «Da la impresión —decía esta persona—, con las beatificaciones y canonizaciones de sus sucesores, de que la Iglesia lo que quiere es echar tierra encima a Pío XII».
Todos los Papas son siempre, vistos desde la fe, vicarios de Cristo y todos tienen la misma autoridad. Mal asunto sería que en algún tema crucial uno solo se saliera un milímetro de la doctrina de sus antecesores; nunca ha ocurrido y nunca ocurrirá (eso espero, aunque últimamente me lo ponen difícil).
De tejas abajo los hombres miramos las cosas con perspectivas más rastreras y no deja de tener razón nuestra amiga: puede que no respondan a un plan premeditado la coincidencia de canonizar el mismo día a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II y la inmediata beatificación de Pablo VI, pero si no se ha hecho con la intención de diluir la gigantesca figura del segundo de los citados, se lo han puesto fácil a quien quiera pensarlo. Sorprenden tanto la rapidez de algunas beatificaciones y canonizaciones como la paralización de otras: hace tiempo que debería ser al menos beato el arzobispo salvadoreño Óscar Romero, asesinado en 1980, como hace tiempo que habrían de estar en los altares los mártires cistercienses franceses degollados en 1996 en Argelia por islamistas fanáticos. ¿Miedo o respetos humanos?
Doctores tiene la Iglesia, pero quienes no somos doctores tenemos al menos esa excusa para no entender algunas cosas.