EL DEDO EN EL OJO
¿Somos Halal?
Nos gusta los jamones, el vino y seguir con la Mezquita-Catedral
QUIENES conozcan de mi pesimismo antropológico no se extrañarán al oírme decir de nuevo que hay comportamientos del ser humano que no alcanzo a entender. O al menos, no llego a comprenderlas hasta que me detengo en un análisis más o menos sosegado de algunos «fenómenos extraños» que a veces protagonizamos las personas. Luego me explicaré.
Hoy escribo desde la perplejidad. Mi asombro surge al conocer que Córdoba pretende convertir a la práctica Halal en «trending topic permanente» mediante la organización, el próximo año, de un congreso internacional que quiere reforzar a nuestra ciudad como referente mundial de dicha práctica.
Para quien no esté familiarizado con el término deberá conocer que la práctica Halal, circunscrita a la religión musulmana, está asociada a los alimentos aceptables según la sharia o ley islámica, pero que también incluye la regulación de todo lo relacionado con el lenguaje, el vestido, el comportamiento o los modales.
La práctica Halal propicia, entre otras cosas, la puesta en el mercado de una serie de productos cárnicos obtenidos tras la observación de la ortodoxia en el sacrificio del animal, lo que incluye la obligación de degollar al mismo en nombre de Alá y mirando a La Meca. Ya nos podemos ir olvidando de nuestros excelsos jamones de Los Pedroches. Y también de nuestros magníficos caldos de Montilla-Moriles porque los mismos versos del Corán en que se inspira la práctica Halal prohíbe el alcohol igualmente. Cuestiones, entonces, ajenas a nuestra esencia e idisosincracia.
La intención de las diferentes y numerosas administraciones e instituciones privadas que quieren impulsar el comercio y la producción Halal es la de convertir a la ciudad en referente del turismo islámico; y que Córdoba sea «la sede halal por excelencia». Para ello, junto al referido congreso, se celebrará en Córdoba un programa de música, exposiciones y cine islámico (casi un oxímoron esto último).
Abría esta columna de hoy expresando el desconcierto que me producen ciertas cosas y ésta es una de ellas: precisamente una de las la promotoras de esta cosa es el Instituto Halal, o sea, esa institución privada que aboga y promueve la expropiación de la Mezquita–Catedral para uso público y compartido por las religiones cristiana y musulmana.
Y lo más inquietante de toda esta historia es que el proyecto está apoyado por el Ayuntamiento, la Junta (apoyo infatigable de la Fundación Halal), la Diputación, la Universidad de Córdoba (¡ay la Universidad!) y la Cámara de Comercio.
Como si Córdoba no tuviese suficientes bondades gastronómicas y raigambre judeo-cristiana bastante para sentirse orgullosa de ser quien es, tenemos que subirnos al carro del fallido multiculturalismo para hacernos perdonar nuestras culpas por ser quien somos.
Algunos no se quieren enterar de que aquí, más que Halal, lo que nos gusta es «jalar».