Los Villares del sol generoso
Un mediodía casi veraniego llena el parque periurbano en la festividad del Custodio

Lo que es es y lo que no es no es. Y Los Villares es. Es Córdoba en estado puro. El Custodio se porta bien y cuelga un sol generoso de un verano que no acaba. El resto lo hacen el cuñado, la vecina, el compadre, el primo de tu primo. Hace calor, mucho calor cuando llega la hora de la cerveza, de la primera cerveza mejor dicho, y entonces el cuñado, la vecina, el compadre y el primo de tu primo se quitan el saquito del chándal y se quedan en camiseta técnica, o térmica, unas de manga larga y otras de tirantes, ea, y entonces cualquiera puede concluir que la celebración empieza a consumarse.
Las ofrendas a San Rafael ya no están en los maleteros de los coches sino en las parrillas del parque periurbano. Longanizas, salchichas, chorizos, morcilas, cintas de lomo, gambones. En Los Villares hay un sendero que se llama de La Tranquilidad pero nadie tiene el más mínimo interés en transitarlo. Al menos hoy. La gente quiere jaleo: el de los radiocasetes, el del tito que canta las coplas que aprendió con un disco del centro filarmónico, el de las fichas del dominó que estallan sobre el tablero metálico de una mesa portátil.
Los Villares son como Las Tendillas con candelas, como el Vial Norte con sombras
En la onomástica de San Rafael, Los Villares son como Las Tendillas pero con candelas (pocas), como el Vial Norte pero con sombras naturales. Hay gente como también hay claros. No, bulla, no. Menos en la leñera pública, que se satura en la hora precisa en la que hay que poner a sofreír los avíos de los peroles. Y menos en algunas atracciones infantiles, con los nenes (acéptese el término vernáculo) dándose codazos por trepar por los tablones verticales con cuerdas como si fueran marines.
A todo esto hay un equipo de una televisión pública que está grabando un documental sobre la fiesta y va un tipo con unas calzonas y un sombrero de paja y le pregunta que cuándo sale. «El año que viene, eso nos han dicho», responde un operario. El tipo de las calzonas le hace una foto a los reporteros y alguien detrás suyo le pregunta que si le ha puesto el carrete a la cámara. El de la gracia es su cuñado. «Cuñado, para carrete el mío, que te digo yo que no aguantas mi ritmo de aquí a que anochezca». Los dos se dan un abrazo y se estiran después hacia atrás como si fueran a partirse de la risa.