VERSO SUELTO

Lacrimarum valle

Las cofradías andaluzas pagan las consecuencias de un mundo al que ellas mantienen católico

LUIS MIRANDA

NO es en realidad tacañería ni un sentido avaro de la ganancia, aunque haya algo de eso, lo que hace que la hostelería le dé la espalda a las mismas cofradías que le llenan los bares en Semana Santa y permiten una facturación que cuadra cuentas. En realidad las hermandades andaluzas, expresión plástica y seductora de la contrarreforma de Trento, metidas en el abecedario religioso y sentimental del pueblo y supervivientes de enemigos ajenos y sobre todo propios, pagan las consecuencias de vivir en un mundo al que ellas mismas ayudan a mantener católico por sacar las imágenes a la calle.

Los 600 millones de euros que han calculado las cofradías andaluzas quizá se queden cortos para unos días en que las ciudades y pueblos se ponen patas arriba, pero desde luego son mucho más de lo que nunca reconocerán los hoteleros y hosteleros, pero no porque tengan miedo a soltar algún billete perdido, sino porque en la atmósfera de esta sociedad católica, que hasta no hace tanto pedía el libro de familia cuando una pareja se quería hospedar en una pensión, está el jamás reconocer que uno gana dinero trabajando.

No voy a citar a Weber y a su ensayo sobre la ética luterana y calvinista del trabajo, más que nada porque no he tenido tiempo de leerlo con la tranquilidad que merece, pero sí estoy de acuerdo con que en la España de los hidalgos el trabajo todavía es más un castigo divino que una ocasión de glorificarse, que la profesión no es un encargo de Dios para hacer mejor el mundo y mostrar la bendición y los dones que ha entregado para que den fruto, y que quien consume la vida afanándose es porque no puede hacer otra cosa.

Los restauradores que hacen dinero en Semana Santa lo consiguen con el sudor de la frente, en horarios extraordinarios y multiplicando la atención y la diligencia para atender a barras repletas que quieren con rapidez una cerveza o un bocadillo, y si no se meterán enfrente o no pisarán el local en tiempo ordinario. Por la ley del mercado hasta no molesta que varíen la pizarra hacia arriba, pues la comida y la bebida en Semana Santa son bienes escasos, y no siempre de calidad decente. La mayor parte de estos autónomos esforzados, y por supuesto los dirigentes patronales tan acostumbrados a poner la mano, dirán que el oficio apenas da para vivir, o ni eso, y no lo hacen por discreción o para que los ladrones no entren buscando billetes debajo del colchón, sino porque todavía en Andalucía da vergüenza ganar dinero.

Sí, en realidad esta tierra no ha cambiado mucho desde Don Quijote. En los pueblos todavía se mira mucho mejor al que tiene, que así dicho en intransitivo es el que vive de rentas y de herencias y de sacarle dinero al campo sin pisar los terrones ni estrujarse mucho la cabeza para que produzcan. Quien se desloma es todavía quien tiene... que trabajar, y quien lo hace por encima de las normas de la pereza y el conformismo se gana la sospecha de los demás con una frase que explica muchas cosas: «Este se cree que va a heredar la empresa».

Los protestantes, solos ante Dios, quieren ganarse el paraíso esforzándose en la tierra y los católicos andaluces aprendieron el juicio terrible que Valdés Leal le hace a la riqueza en «Las postrimerías», así que se conformarán con ir tirando, «in hac lacrimarum valle» para dar un poco de pena, y siempre tendrán la misericordia de la absolución. Las cofradías hacen bien en levantar la voz, pero la solución no es que sean dependientes de quienes ponen pasta y pedirán cosas a cambio, sino que lo que ahora sus miembros le piden al ente abstracto de la Administración o la hermandad sean capaces de conseguirlo solitos con tesón calvinista.

Lacrimarum valle

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