VIDAS EJEMPLARES

JAPONESES

LUIS VENTOSO

La singular historia de Yoku Obuchi y Midori Matsushima

YOKU Obuchi y Midori Matsushima solo han durado 48 telediarios. El 3 de septiembre, el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, las nombró ministras junto a otras tres mujeres para modernizar el Ejecutivo. Pero el lunes dimitieron por corrupción. Abe, contrito, presentó raudo sus excusas a los japoneses por haberlas elegido: «Me disculpo profundamente». No eran unos floreros. Yoku, prometedora responsable de Economía, estaba llamada a sus 40 años a llegar a lo más alto. Midori llevaba Justicia. Pero los periódicos –no los blogs, ni las teles, ni los confidenciales; la vieja y sesuda prensa que algunos entierran antes de tiempo– revelaron que ambas incumplieron la ley electoral. ¿Sus delitos? En Japón está prohibido hacer regalos a los votantes. Yoku destinó 190.000 euros de su partido a invitar a sus simpatizantes a obras de teatro. Midori gastó 12.000 euros en regalar en mítines abanicos con su cara. Fulminadas.

Igual los japoneses son un poco drásticos. Pero entre sus harakiris éticos y la morosidad latina debe haber un término medio. En enero del 2013, Suiza desveló al juez Ruz que quien había manejado durante años las cuentas del PP atesoraba 22 millones allí (luego se elevaron a 38). Y ahora podemos elegir entre la verdad incómoda o la comodidad del disimulo colectivo. Si optamos por la franqueza, todo el mundo algo informado sabe que durante décadas todos los partidos españoles se financiaron en parte con donaciones bajo cuerda (de hecho hay condenas firmes en el PSOE y el nacionalismo catalán). Basta con cruzar los gastos de las campañas y la burocracia partidista con lo que ingresaban por afiliados y ayudas públicas para concluir que disponían de un plus de dinero opaco, muchas veces vinculado a la obra pública.

Cuando saltó el latrocinio de Bárcenas, el presidente del PP tenía dos opciones (a mayores de la lógica defensa de su honorabilidad personal, que casi todos damos por cierta). Una posibilidad, la que eligió, era negar que se hubiese movido jamás dinero negro en el PP. La otra opción habría sido reconocer que durante un tiempo su partido mantuvo prácticas contables opacas y reprobables, y acto seguido pedir disculpas y anunciar el apartamiento de aquellos que estuvieron más cerca de esa práxis, incluidos los secretarios generales de los 90 y del arranque de siglo. Pero Rajoy eligió poner la mano en el fuego por todo el partido. Y si al final acababa aflorando el dinero B, el tiempo lo cura todo… Los cálculos errados del entonces ministro de Justicia animaban también a minimizar el problema, pues comentaba por ahí que el PP quedaría limpio en el despacho de Ruz antes de las Navidades del 2013 y que todo se circunscribiría a Bárcenas.

«Más vale ponerse colorado una vez que amarillo un ciento», advierte el refranero castellano. Esa habría sido la mejor salida ética y política para el PP, donde lo cierto es que solo Cospedal se revolvió con fe contra Bárcenas, llevándolo incluso a los tribunales. La sociedad ha cerrado sus tragaderas con la corrupción. Quien no se haga un poco japonés perderá hilo con la calle, donde el enojo es tal que hasta da aire a una opción tan demagógica y anticuada como Podemos.

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