CRÓNICAS DE PEGOLAND

ADÉU

RAFAEL RUIZ

Ferrer ha pasado de ser idolatrado a salir cabizbajo del Arcángel. Un retrato mismo de lo que pasa en la vida

FERRER fue un lateral rotundo en aquel Barça de mis amores que Cruyff sacó del arroyo en el que se anduvo tanto tiempo. Acostumbrados a pasar penas, los muchachos del lado oscuro de la fuerza empezamos a sacar pecho gracias a aquel once de Romario, Koeman, Laudrup (¡vendido!), Guardiola y Stoichkov que se puso una camiseta naranja para ganarle a cagalástima a la Sampdoria aquella final de la Copa de Europa antes de que los pijos la llamasen Champions. El Chapi era un tipo menudo y rápido, sin excesos técnicos con el balón, pero con el coraje suficiente para poner vendas en aquella defensa que pasará a la historia por sus malas tardes. Por sus enormes pajarracas.

Albert Ferrer era la parte proletaria del «dream team», la que ponía el esfuerzo —Amor, Bakero y todos aquellos— para desplegar un fútbol de mil amores, que nunca se vio hasta lo del Guardiola entrenador orquesta tan bien afinada. Luego se le perdió la pista en el Chelsea donde tuvo, al parecer, sus buenas temporadas tras la ojeriza de Van Gaal, que lo sacó de Barcelona.

Apareció por Córdoba en el bache que le costó el puesto a Villa, otro tipo discreto, y la ciudad lo puso por las alturas cuando lo de las Palmas, el ascenso, el gol aquel que se va a quedar en los recuerdos de todos los que ese día intuimos verlo en la tele. Aquella semana en que fuimos felices porque lo blanco y lo verde volvía a primera división. En apenas unos meses, ha pasado de saltar medio pedo en las Tendillas y que se lo quieran comer a besos las señoras en el supermercado a salir cabizbajo del Arcángel. Un tipo educado y silencioso al que se le suponen las tormentas que ha tenido que lidiar con un equipo que aún no conoce victoria en esta campaña. Ordenado y pragmático en Segunda, con un ascenso conseguido con mucha pero que mucha suerte. Todo un dislate en Primera.

Ferrer ha sido la víctima propiciatoria de una certeza. A la élite no se va en chanclas. Y cualquiera que haya visto al Córdoba este año sabe la de cambios realizados para intentar que la cosa carbure. Pero la cosa no carbura. Y no va porque el deporte de nivel vale una pasta que aquí no se ha invertido vaya usted a saber la razón. Mucho tienen que cambiar las cosas, visto lo visto, para que la sensación de que es posible quedarse cunda en la afición cordobesista, que es doliente por naturaleza.

Lo de Ferrer duele especialmente porque es aquel que se partía el pecho en los partidos de juventud. Aunque el Arcángel nunca llegase a corear su nombre porque el tipo siempre fue un tanto distante para estas cosas. Y lo mejor es queden los buenos ratos. Albert Ferrer nos puso contentos y a eso hay que guardarle cierta memoria agradecida acostumbrados como somos, en el deporte y en la vida, a sacarnos los ojos en cuanto nos damos la vuelta. Ahora se va y dice «adéu» como único responsable de esto, cuando todos sabemos que no van por ahí los tiros.

ADÉU

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