EL TACÓN DE SÓCRATES

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Albert Ferrer, el hombre del ascenso, ya no es el entrenador del Córdoba

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POR PACO MERINO

«Un estómago vacío es un mal consejero»

Albert Einstein

Por más vueltas que le dio al puchero, aquello no pasó de sopa boba. Y cuando empezó a oler a podrido, se cambió al cocinero. Albert Ferrer, el hombre del ascenso, ya no es el entrenador del Córdoba. Deja el catalán una herencia con más valor sentimental que futbolístico. Nadie olvidará nunca su imagen en el estadio de Gran Canaria, arrodillado en el césped y tapándose el rostro con las manos mientras una horda de cafres iba a acá para allá, esquivando policías y buscando bronca con unos futbolistas en estado de shock por lo que estaba sucediendo. Una escena de vodevil llevó al club a Primera División después de 42 años. El desenlace más increíble que se pudiera imaginar cambió el curso de la historia de un club poco —más bien nada— habituado a ser noticia por un éxito. Si hubiera sido al revés, el episodio habría alimentado la leyenda de digno perdedor, de superviviente de todo tipo de desgracias y autoagresiones, de humilde guardián de la memoria de sus tiempos gloria en blanco y negro. Pero no. El Córdoba subió a Primera con Albert Ferrer en el banquillo. Eso es lo que se lleva. Bueno, y también un finiquito que nadie ha querido desvelar. El catalán tenía un contrato firmado con unas cantidades ciertamente jugosas.

«Chapi» quiso hacer fútbol de autor y se estrelló. Ésa fue su idea cuando llegó el año pasado, pero la cruda realidad le obligó a abrazar un estilo más práctico y menos vistoso. Muchos partidos fueron un auténtico peñazo. El equipo coleccionó empates, la mayoría sin goles, y en El Arcángel ofreció un balance feísimo: con Ferrer, el Córdoba sólo ha ganado dos de los quince partidos oficiales ante su afición. Y así, a trancas y barrancas, con fútbol de garrafón y la efervescencia de una espiral positiva contra pronóstico, el Córdoba logró lo impensable. Y todo el mundo fue feliz. Pero a Ferrer se le quedó algo dentro. Logró el objetivo, pero el proceso no fue cómo él hubiera querido. Se le presentó la ocasión de hacer su propio menú, de buscar sus propios ingredientes. De veras que lo intentó. Cambió los tiempos de cocción, combinó primeros y segundos, buscó toques exóticos, experimentó con la guarnición y el emplatado. Pero el resultado no hay quien se lo trague.

¿Hay buenos materiales y falla el cocinero? «Ferrer estaba muy contento con el equipo que se hizo», ha dicho Carlos González, al que se le desmoronó todo el plan. El presidente vive una situación que guarda cierto paralelismo con lo que sucedió el pasado curso con Pablo Villa. Por entonces, la idea general era que la plantilla era deficiente y el técnico bastante tenía con exprimirla para salir del paso con decoro. Los hechos —y algún refuerzo invernal— demostraron que se podía sacar más. «Somos lo que somos y tenemos lo que tenemos», dijo Ferrer en plena crisis. Con «lo que tenemos», el Córdoba sumó cuatro puntos sobre 24 posibles, es colista en solitario y el único equipo de Primera División que no ha conseguido aún la victoria. La sensación de parálisis del grupo ha resultado insufrible. Esto es Primera División. No hay perdón ni apenas opciones para la redención. En Segunda puedes estar rozando el descenso en el tramo final la Liga y terminar subiendo a Primera. Aquí, ahora, el desafío es sobrevivir. Suturar heridas y pelear como los tercios de Flandes. Pero Ferrer no tenía una estrategia clara ni soldados comprometidos con la causa. Con su causa. Sus arengas no calaban. El Córdoba se paró y punto.

Djukic tratará de arrancarlo. Se encontrará el serbio con un grupo despersonalizado, sin estilo ni pasión. Así se les ha visto. Así son mientras no demuestren lo contrario. «Esperemos que él (Djukic) y los jugadores se conciencien de que se debe sacar esto adelante», dijo González apenas minutos después de haber despedido al «mejor entrenador del mundo» para fichar «al mejor entrenador del mundo». Así es este negocio. El exjugador del «Superdepor» tiene el pellejo duro. Sabe de qué va esto. Ascendió y mantuvo al Valladolid con un fútbol vistoso y efectivo. Pasó por el Valencia, una trituradora de entrenadores, y ahora se hace cargo de un Córdoba a medio cocer. Le toca hacer que el insípido guiso futbolístico de Ferrer tenga mejor sabor. O, por lo menos, que alimente. Porque sin un triunfo que echarse al estómago la percepción de la realidad se altera y puede ocurrir cualquier cosa. Ya lo están viendo. Y lo que vendrá.

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