Al César, lo que es del César
Todo ciudadano responsable posee conciencia de sus obligaciones para con la sociedad, para con el Estado. Cada cual, allá donde tenga su puesto de trabajo, ha de aportar a la vida pública la colaboración material y personal requerida para el bien común, el pago de los tributos justos, ejercicio responsable del voto, respeto al medio ambiente, obediencia a las leyes justas.
¿Y, qué decimos del César? Porque el Estado no tiene un poder absoluto. Las autoridades están gravemente obligadas a servir al bien común sin buscar el provecho de su persona, de su familia, de sus amigos, de su partido ¿De verdad que los profesionales de la política son conscientes de la grandeza que conlleva la prestación de este servicio con honradez, desprendimiento y lealtad? Así lo deseamos y así lo esperamos
Sobre los gobernantes recae la obligación, libremente asumida, de comportarse con justicia y equidad en la distribución de las cargas y beneficios, a legislar con el más pleno respeto a la ley natural y, sobremanera, a los derechos fundamentales de la persona. Respeto que se extiende a la vida humana desde su concepción, a la familia, a la libertad religiosa, al derecho de los padres a la educación de sus hijos, a manifestar sin coacción las propias ideas. A este César sí que se le puede prestar el respeto debido.
La frase que comentamos fue emitida por Jesucristo a unos interlocutores que en cierta ocasión le habían interpelado; pero la respuesta la completó con otra frase: «Y a Dios lo que es de Dios». Con ella reconoció el poder civil y sus derechos; pero avisó claramente que han de respetarse los derechos superiores de Dios, que existe una dimensión religiosa profunda que no deben olvidar los creyentes ¿Y por qué no los no creyentes?