CAMBIO DE GUARDIA

HIMMELSSTÜRMER

GABRIEL ALBIAC

Se «asalta el cielo» sólo, como los Titanes de Jean-Paul, por la arrogancia de perecer en el empeño

«HIMMELSSTÜRMER», «asaltantes del cielo, es la expresión de la cual hace uso Karl Marx en la carta a Kugelmann donde contrapone el arrojo insurreccional parisino de 1871 al letargo alemán: «Que se compare a los Himmelstürmer de París con los esclavos del Sacro Imperio romano-pruso-germánico, con sus mascaradas póstumas y sus relentes de cuartel e iglesia, de feudalidad y filisteísmo».

Pero Marx está entonando una elegía. Sabe que esa «titánica» epopeya de la Comuna ha nacido condenada a muerte. Siete meses atrás, él mismo declaró su oposición al suicida proyecto de tomar las armas. Incluso ahora, en abril de 1871, cuando es ya todo irreversible, parece más que temer la derrota que va a seguirse. Trata de exorcizarla en lo que, al cabo, fue una profecía: «La insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, los cerdos y los viles perros de la vieja sociedad, constituye la proeza más heroica». Que, para designar ese destino trágico, el cultísimo Marx use la palabra Himmelsstürmer nada tiene de aleatorio. El neologismo fue acuñado por Jean-Paul en 1803 para dar razón de una apuesta catastrófica, ésa de los Titanes que él piensa ver reproducida en la euforia histórica de los discípulos de Fichte: «asaltantes del cielo» es la designación teológica del empeño de religión en tierra que define al idealismo.

Invocar «cielo» o «paraíso» para dar razón de la historia tiene un coste. Muy alto. La teología habita en la salvación; la salvación en el sacrificio, a través del cual se consuma el salto a otro mundo. Marx los llama Himmelsstürmer porque los sabe abocados al martirio que él mismo constatará al cabo de un mes y medio: «los mártires de la Comuna tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera». Se «asalta el cielo» sólo, como los Titanes de Jean-Paul, por la arrogancia de perecer en el empeño. Quien invoque esa retórica debe saberlo. Y debe leer las páginas terribles en la que Jacques Vingtras, héroe de L’insurgé, de Jules Vallès, narra el desbarajuste en el cual se abandona a aquellos héroes condenados al martirio por la inconsciencia de sus dirigentes: «¿Dónde están las órdenes?, ¿dónde el plan de combate?», preguntan los que van a morir en las barricadas. Pero no hay plan. Ni órdenes.

Y debe leer, sobre todo, el aterrador comentario de Julien Gracq a las páginas que narran esa tragedia: «Una náusea atroz me sacude al contemplar ese final desbarajuste, cuando el desdichado representante de la Comuna, como un Charlot incendiario, revolotea entre estallidos de obuses, vaga como perro perdido de una barricada a otra, inepto para nada, perseguido por los desarrapados, implorando a la masa furiosa a la que ha metido en el atolladero: ¡Dejadme solo, por favor! Necesito soledad para pensar! Luego, en su exilio de valeroso irresponsable, más de una vez lo despertarán por la noche los aullidos de esa gente que va a hacerse agujerear la piel y que le grita: Pero, ¿dónde están las órdenes?, ¿dónde, el plan de combate?».

HIMMELSSTÜRMER

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