EL GRAN ERROR DE CÁLCULO DE ERDOGAN
LO que desde hace semanas se libra en la ciudad siria de Kobani es algo más que una batalla por una posición estratégica. Esta martirizada localidad kurda puede definir la suerte de miles de personas y, aún más, la estabilidad durante los próximos años de todo el Mediterráneo Oriental. Por este motivo llama la atención que Turquía siga contemplando los dramáticos sucesos que tienen lugar en Kobani, a apenas unos metros de su frontera, con una indiferencia irresponsable, centrada en cálculos a corto plazo y derivada de sus propios y discutibles intereses domésticos.
Tras una década de control casi absoluto del poder en Ankara, Tayyip Erdogan no ha sido capaz de cambiar el registro político del problema kurdo, lo que colma de complejos la política de un país que aún revive sus peores pesadillas imperiales. Por otra parte, los continuos coqueteos de Erdogan con el islam radical le impiden entender que lo que tiene enfrente, el llamado Estado Islámico, representa un mal absoluto y no tiene nada que ver con la religión.
Cualquier acción militar de Ankara debe ser analizada cuidadosamente, teniendo en cuenta que Turquía es un relevante miembro de la OTAN y que toda intervención suya en un conflicto como este tendría implicaciones en cadena que afectarían a aliados como España. Sin embargo, Turquía no debería oponerse al rearme de los combatientes que resisten el implacable asalto de los criminales del EI. A pesar de lo que piense el Gobierno de Ankara sobre los kurdos de uno y otro lado de la frontera –a los que ahora trata de ayudar el Pentágono–, debería considerarlos como sus pragmáticos aliados. Si Erdogan cree que Turquía puede ser inmune a la voracidad de los terroristas, se equivoca por completo. Si los islamistas se hacen con el control de grandes zonas de Siria e Irak, la siguiente pieza de su siniestro tablero bélico no sería otra que Turquía.