Juan de la HabaOncólogo del Reina Sofía
«He visto a gente que ha sabido morirse»
Si usted sienta frente a la grabadora a un oncólogo, la conversación acaba adentrándose en territorios de vida o de muerte. El doctor Juan de la Haba transmite lo primero pero no rehúye lo segundo. Quizás porque lleva veinte años relacionándose con ella cada día en que se pone la bata blanca. En todo ese tiempo ha acompañado a miles de pacientes hacia la esperanza y a otros muchos los ha guiado en la angustia. Su trabajo viene precedido por una aureola de médico vitalista y lleno de humanidad en un territorio, decimos, minado de incertidumbres.
—En un reportaje sobre usted, se lee lo siguiente: «Enamora a los enfermos». ¿Para curar hay que seducir?
—Al enfermo hay que decirle la verdad. Pero en la consulta se pueden dar malas noticias con una sonrisa.
—También hemos leído: «Camina al lado del paciente». ¿Hasta dónde?
—Procuro caminar hasta el final. Y eso comporta sufrimiento y compromiso. El nivel de requerimiento que tiene la situación final es muy alto. Me gusta que los pacientes sepan que estoy ahí. En el proceso final, no les doy cita. Me llaman y les digo: «Véngase mañana». Procuro ser leal a la relación que hemos mantenido. Otra cosa sería una deslealtad.
Juan de la Haba (Córdoba, 1969) entra en la sala, en efecto, con una sonrisa. Cualquiera diría que su especialidad es la pediatría. O la gripe común. Pero no. Acaba de pasar consulta con decenas de pacientes afectadas de una enfermedad, el cáncer, cuyo nombre aún eriza la piel. Se hizo médico por voluntad de ayudar. Así lo aprendió en su casa de San Pedro, donde su madre en los deprimidos años ochenta echaba unos cuantos garbanzos más en la olla por si había que llevar un plato al vecino. «Mis padres me dijeron que lo primero en la vida es ser buena gente».
—¿Y ha cumplido?
—Me gustaría decir que sí. Recibo muchísimo cariño de los pacientes. Una cosa exagerada. Y tengo el sentimiento de estar en deuda con ellos.
Cuando eligió la especialidad en 1994, la oncología estaba aún en mantillas. Tanto es así que cuando llamó a su padre para informarle que quería ser oncólogo, el progenitor se limitó a exclamar: «¿Y eso qué es?». Entonces, las expectativas de vida de pacientes con cáncer de mama avanzado se situaban entre 15 y 20 meses. Hoy ese horizonte se ha ampliado de forma exponencial hasta los 5 años y en muchos casos resulta imposible poner ni siquiera fecha. «He visto a muchos pacientes», señala De la Haba. «Ese es un dato que no se cuantifica en medicina. En un piloto sí se valoran las horas de vuelo. Y las horas de vuelo para un médico son muy importantes. Esa capacidad que tiene para obtener conocimiento a través de la observación. Hay una parte no científica que basamos en decir: «Este paciente no va bien».
—La ciencia se mide en datos fiables.
—En medicina la cagamos el día en que empezamos a medir las cosas. Estamos bajo la tiranía de lo medible. El compromiso entre paciente y médico no se puede medir y es uno de los pilares fundamentales para que las cosas vayan bien. O el dolor, que tiene un componente no orgánico, psicológico y personal muy importante.
—Usted ha visto mucho dolor.
—Sí. El dolor del paciente y de los familiares.
—¿Qué hace un médico frente al dolor?
—Muchas veces, cuando uno no sabe qué decir, lo mejor que hace es callar y quedarse al lado.
—El doctor Aranda declaró: «El dolor ajeno duele». ¿A usted también?
—Sí. No duele como al paciente, pero el dolor ajeno cuanto menos te interpela. Te pide ayuda. No hay nada más duro que vayas con un dolor al médico y no te haga caso. Cuando das respuesta al dolor y lo alivias es tremendamente gratificante.
—¿Se protege contra el dolor?
—Te tienes que proteger porque si no no podrías sonreír en la siguiente consulta. Y la sonrisa crea un entorno favorable. Tienes que mantener una distancia sana. Hay nombres de pacientes que se te clavan a fuego.
—¿Por qué?
—Porque te enseñan cosas muy útiles. Si no supiera morirme yo tendría doble delito.
—¿Usted sabe morirse?
—No sé. Cuando llegue el momento lo sabré. He visto a gente que ha sabido morirse de una forma brutal.
—¿Qué es saber morirse?
—Primero, entender que esto de la muerte forma parte de la vida. Y entenderlo de verdad. Ser capaz de seguir interaccionando con el entorno. No aislarte, no esperar nada. La muerte no se espera. Llega. Vamos a pelear por vencer el dolor y la soledad. Hay gente con limitaciones físicas brutales e interaccionan con el entorno, con la familia, con los amigos, con dios, pero interaccionan. Y siguen viviendo a pesar de que se están muriendo.
—¿Sabemos morirnos?
—No sería justo si no dijera que sí. Hay gente que sabe morirse. Que a pesar de la edad tiene la sensación de estar satisfecho con la vida. La gente si sabe vivir sabe morirse.
—¿Cómo metaboliza la muerte de un paciente?
—Tratando de entender que forma parte de la vida. Otra forma no hay.
—En 2010 escribió un libro que se titulaba «Cómo vencer el cáncer». Desde luego, un optimista nato.
—El título, por cierto, fue una imposición de Almuzara. Mi título era «Cáncer en positivo», aunque reconozco mis limitaciones como escritor. Preguntamos a la gente qué de positivo le había dado tener cáncer.
—¿Qué es más difícil de combatir: el cáncer o el miedo a la muerte?
—El miedo a la muerte. En el momento en que uno tiene cáncer la enfermedad te vence porque ocupa el cien por cien de tu mente. No somos capaces de ir a tomar una caña. En ese momento el cáncer empieza a matarte. El miedo que sigue asociado cada vez se está venciendo más. No todo el mundo que tiene cáncer se muere.
—También hemos leído de usted: «Investigador insaciable». ¿Todo está en la ciencia?
—La ciencia te da la capacidad de solucionar problemas lo antes posible. Las investigaciones de hoy día no son de un laboratorio sino de cooperación con grandes grupos. En Córdoba, se ha aplicado un fármaco, el Pertuzumab, a más de cuarenta mujeres y los resultados han sido espectaculares.
—¿Qué descubrimiento le cambió la vida?
—Mis dos niñas. Bueno, diría tres: una de 44 años, otra de 15 y otra de 10. Son ellas las que te resitúan y te hacen sentir vivo.
—¿Sanidad pública o privada?
—Si el objetivo es solucionarle problemas de salud a la gente, la sanidad es la misma. Pero tiene que ser universal. La sanidad es un pilar del Estado de bienestar. Yo tengo un cáncer y no me puedo preocupar por la cuenta corriente. Lo que tenemos es que despertar el sentimiento de solidaridad con el sistema sanitario público.
—No lo somos.
—No lo somos. Hay pacientes a los que le dices: «Mira, este tratamiento y este son iguales. Te voy a poner el más barato». ¿Usted qué opinaría?
—Yo me fiaría de mi médico.
—Pues hay que dar muchas explicaciones a determinadas personas. Piensan que le estás dando un tratamiento de segunda.
—¿Los recortes amenazan el sistema?
—Desplazan el centro de gravedad hacia el objetivo economicista. Y no podemos perder nuestro centro de gravedad, que es el paciente.
—Fue Schindler quien dijo: «Quien salva una vida, salva a la humanidad».
—Es una frase genial. Yo no soy un médico de la población con cáncer de mama de Córdoba. No. Soy médico de Luisa Pérez, de Carmen Ruiz. Somos médicos de una única persona. ¿Cuál? La que está dentro de la consulta. Me conformo con eso. La humanidad se salva con otras cosas. No con medicinas.
—¿Qué cosas?
—Con la bondad, con la verdad, con actitudes mucho más sublimes.
—¿Y cómo andamos de esos valores?
—El paciente necesita mejorar.