Pasaporte para el cielo

GABRIEL MUÑOZ CASCOS

Estaba escuchando la radio cuando me enteré de que el misionero leonés Manuel García Viejo, sacerdote y director médico de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en Sierra Leona, acaba de fallecer en el Hospital Carlos III, de Madrid, víctima del Ébola que, como sabemos por los medios de comunicación, es una enfermedad infecciosa viral aguda, que produce fiebre hemorrágica en los seres humanos y que, en una proporción muy elevada, es letal. Sigue el mismo camino que el misionero toledano, padre Pajares, también sanitario y sacerdote de la misma Orden Hospitalaria, destinado en Liberia, que falleció el pasado 12 de agosto por las mismas causas y en las mismas condiciones. Y la de otros muchos, anónimos, que a lo largo de la historia se han dejado la vida en lugares muy alejados de su patria con el único fin de ayudar al prójimo. Quien haya tenido la curiosidad –e incluso la necesidad- de bucear un poco en las vidas de estos religiosos y de tantísimos otros –hasta 13.000 españoles repartidos por todo el mundo- y haya aprendido algo sobre las condiciones de vida de todos ellos, seguro que se sentirá a su lado tan pequeño, pequeño no, pequeñísimo, casi enano, como yo me siento. Porque, además, todos ellos, con su gran capacidad, entrega, laboriosidad y generosidad si no hubieran tomado el camino de las misiones, hubiesen triunfado en cualquier actividad productiva con gran éxito. Son unos luchadores contra el Ébola, la Malaria y un sinfín de enfermedades infecciosas que azotan a parte del mundo. Su actitud caritativa les lleva, en muchos casos, a poner en peligro su vida por la cercanía y el contacto sin protección –por falta de recursos- hacia quienes son el norte y guía de su existencia. Y si analizamos detenidamente los medios materiales con que cuentan, las precarias condiciones higiénicas de que disponen, la escasa o nula ayuda que les prestan los grandes del mundo, la figura de estos verdaderos héroes de la humanidad se agiganta, se hace prácticamente inaccesible. Todas esas gestas de las que ahora nos enteramos con más detalle y de las que nos debemos enorgullecer, tienen sin embargo el contrapunto lamentable de algunos miserables y malintencionados que, ciegos aunque tengan ojos, cuantifican en euros el coste de su repatriación. Pero a estos gigantes les resbala todo eso. Porque viven sólo para Dios, y para los demás, sin importarles casi nada de lo que al resto de los humanos nos parece imprescindible. Están tan llenos de Dios y confían tanto en Él, que se encuentran en todo momento disponibles para lo que les llegue. Y, como no, tienen siempre preparado el pasaporte para el cielo. ¡Que desde allí pidan por todos los débiles del mundo!

Pasaporte para el cielo

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