EL NORTE DEL SUR

OTOÑO G

RAFAEL ÁNGEL AGUILAR SÁNCHEZ

Un cordobés de Santaella descubrió al grupo de «Marta tiene un marcapasos», cuyo musical llega ahora al Gran Teatro

ESTÁN los carteles del musical de «Marta tiene un marcapasos» en la fachada del Gran Teatro, ahí colgados desde bien temprano, y luego, ya de noche, un disco que gira en un equipo de música antediluviano y heredado en el cuarto de los libros, de los periódicos atrasados y de los cuadernos viejos. El vinilo, que ahora hay que emplear ese término que es que si no uno no está en el mundo, lleva el título de «La cagaste Burt Lancaster» y el sello de ser un regalo procedente de una reciente feria del disco, o del vinilo, organizada en el Hotel Córdoba Center. La música suena un poco hueca y en ocasiones hasta ridícula, quizás porque la madrugada está avanzada o tal vez porque la microcadena HIFI —así la rotula una leyenda con letras doradas justo en la línea que separa la doble pletina del ecualizador, guau— llega hasta donde llega, o hasta donde llegaban esos aparatos de alta fidelidad fabricados a mediados de los años ochenta, antes incluso de que se popularizaran los reproductores de CD. Choca escuchar la voz de alguien que ya no es un muchacho y cuesta reconocer en ella al mismo autor que ahora vuelve con canas, con sus amigos de siempre y con sus zapatillas de siempre para atreverse al difícil equilibrismo entre el digno revival y esa cierta exposición a dejar al descubierto los fantasmas, las contradicciones y el desgaste del paso de los años. De las décadas.

Sí, porque han pasado veinte años por lo menos desde que muchos jóvenes quisieron ser igualitos que los Hombres G y desde que las adolescentes soñaban con tener un novio que a ser posible se llamara David, que tocara el bajo y que cantara canciones de amor sin demasiadas pretensiones poéticas ni grandes reflexiones de fondo. Sabemos, y lo sabemos por la entrevista que le hizo hace unas semanas Aristóteles Moreno en este periódico, que las gracias hay que dárselas a un cordobés de Santaella que se llama Paco Martín, y que fue el productor discográfico que vio a esos chicos cantándoles a las chicas cocodrilo y que se olió que aquello podía funcionar. Y tanto que funcionó: vendieron un millón de discos —o de vinilos— así como quien no quiere la cosa, rodaron dos películas a las que Manolo Summers les puso lo que había que ponerles para que llenaran las salas de cine y, sobre todo, lograron que tararearan sus temas hasta quienes proclamaban en público que los detestaban —mentirosos que eran, pero es que para ser alguien había que hacerse el tipo duro—. Hubo incluso quien se molestó en componerle una canción al grupo de moda con el único objetivo de que el conjunto musical sufriera, mamón: se trató de Pabellón Psiquiátrico, cuarteto cordobés de hecho, que hizo cierto éxito con su «G de gilipollas». Pero a los de la G aquello ni les rozó: sus canciones marcaron a una generación entera de adolescentes que ahora son cuarentones y que han dado un salto mortal para comprar una entrada para el musical que está desde el jueves en el Gran Teatro. Quieren pasárselo bien.

OTOÑO G

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