PERDONEN LAS MOLESTIAS

DESPEDIDA Y CIERRE

ARIS MORENO

Ha echado la persiana Fuentes Guerra y nos mutilan un órgano de la memoria de Córdoba. Otro órgano más

HACE justamente once meses nos recibió Álvaro Fuentes Guerra en su tienda de la calle Caño. Nos saludó cortésmente y nos hizo pasar a un despacho interior al que se accedía tras un biombo de la sección de vídeo. La tienda de la calle Caño era el último baluarte de una marca que ha iluminado la memoria de la ciudad durante décadas. Allí se atrincheró un trozo de nuestro pasado de discos de vinilo y artículos de regalo que ya forman parte de la pequeña gran historia de Córdoba.

Álvaro no se anduvo con circunloquios. La legendaria marca comercial había agotado ya todas las estrategias posibles de resistencia y parecía abocada a sacar la bandera blanca después de medio siglo de vida. Sus palabras no transmitían abatimiento. Todo hay que decirlo. Irradiaban naturalidad ante lo que tenía todas las trazas de ser una fría muerte biológica.

Álvaro nació en 1963, dos años antes de que su padre se sacara de la manga un invento que iba a revolucionar la Córdoba de los sesenta. En su establecimiento de la calle Cruz Conde, dedicado al artículo de regalo, abrió una sección de discos de vinilo. No había tiendas de música en Córdoba. Ni tan siquiera en Andalucía, según se atrevió a aventurar en aquella triste entrevista que anticipaba un desenlace que se ha revelado a la postre inevitable.

Por su tienda desfilamos uno a uno toda aquella generación de imberbes que tomamos la música como una bandera de futuro. Allí nos sumergimos en la magia psicodélica de Pink Floyd, en la fuerza irreductible de los Stones, en la voz doliente de Triana. Solo bastaba con atravesar el laberinto de expositores hasta alcanzar la sección de discos, sentarte en el mostrador y agarrar uno de aquellos teléfonos rojos por donde escuchabas un mundo excitante de guitarras eléctricas y sueños al alcance de la mano.

Si cinco minutos pueden cambiar tu vida, Fuentes Guerra, desde luego, contribuyó decisivamente a revolucionar las nuestras. Años más tarde, llegó el compacto y arrasó la cultura del vinilo, que hoy es reliquia para coleccionistas y melancólicos. Lo que vino después, la irrupción de internet y las plataformas digitales, fue un tiro letal en el estómago de una forma de entender la música. O sea, de entender la vida. En ese trance Fuentes Guerra quedó herida de muerte.

El día en que Álvaro anunciaba ante la grabadora la inminencia del adiós, sus hermanos David y Catina ordenaban el género como si la vida continuara intacta. Algunos clientes rebuscaban en las estanterías y un aire como de fin de viaje se apoderó de la atmósfera. Entonces, Álvaro pronunció las siguientes palabras: «Hay muchas emociones metidas aquí. Como marca, Fuentes Guerra se ha metido en el ADN de Córdoba».

Y es cierto. Más allá de iconos comerciales y dinámicas de mercado, Fuentes Guerra es ya una parte de nosotros. Ha echado el cierre una sencilla tienda de discos y nos mutilan un órgano de la memoria de Córdoba. Otro órgano más. Si el ser humano es memoria y tejidos nerviosos, admitamos que la huella de lo que fuimos se extingue a pasos agigantados. La semana pasada, los tres hermanos que han dado aliento en los últimos años al negocio se despidieron como hay que decir adiós a las cosas verdaderamente importantes. Con un concierto de rock y un chute de buen rollo. Que hasta para bajar la persiana hay que tener categoría.

DESPEDIDA Y CIERRE

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