EL CONTRAPUNTO

LA ÚNICA SALIDA ES VOTAR

ISABEL SAN SEBASTIÁN

La gestación de un pacto PP-PSOE destinado a evitar la ruptura de España y frenar a las fuerzas antisistema es un secreto a voces

EN una cosa estoy de acuerdo con Artur Mas; solo en una. Llegados a este punto, la única salida que nos queda es votar. Pero no votar únicamente en Cataluña, ni mucho menos hacerlo con arreglo al manual de la señorita Pepis que se ha sacado de la manga el presidente de la Generalitat, sino acudir masivamente a las urnas en unas elecciones generales anticipadas que planteen a la ciudadanía propuestas realistas para afrontar las amenazas que se ciernen sobre nosotros.

La gestación en curso de un pacto de Estado entre PP y PSOE, destinado a evitar la ruptura de España e impedir el acceso al poder de fuerzas antisistema como Podemos, es un secreto a voces. La política tradicional de ambas fuerzas, consistente en completar mayorías insuficientes recurriendo al apoyo de los nacionalistas «moderados», ha quedado desbaratada por la desaparición de cualquier vestigio de moderación que pudieran haber mostrado en el pasado el nacionalismo catalán o el vasco. En aras de ese gran acuerdo con su rival histórico, por el que abogan desde hace tiempo personajes de máxima relevancia institucional a los que se suma en bloque todo el Ibex 35, han sido sacrificados compromisos emblemáticos del partido en el Gobierno. Promesas tales como la reforma de la actual ley del Aborto o la revocación de las concesiones realizadas por Zapatero a ETA en el contexto de su mal llamado «proceso de paz», incluidas la libertad de Bolinaga y la legalización del brazo político de los terroristas. Incluso el propio Rajoy ha reconocido a su gente que van a tener que «aprender a pactar», en referencia implícita a las siglas hoy lideradas por Pedro Sánchez. Uno y otro, Sánchez y él, dan por inevitable la constitución de una «grosse coalition» posterior a la cita con las urnas, imprescindible en el empeño de aunar fuerzas suficientes para contener la marea separatista que no va a dejar de crecer ni en Cataluña ni en el País Vasco, por más que el Estado de Derecho haya ganado una escaramuza, y también para protegerse mutuamente del embate de la extrema izquierda, cuya disposición a respetar las reglas del juego democrático resulta cuando menos dudosa. Por ahí van los planes barajados en los cuarteles generales de los que mandan de verdad. Los problemas no resueltos en esta ecuación maquiavélica son dos: la escasa o nula credibilidad que tienen hoy ambos partidos a ojos de sus respectivos electorados y que el calendario juega en contra.

El orden en el que han de celebrarse los próximos comicios podría frustrar ese cuento de la lechera laboriosamente urdido por quienes ven en la política una cuestión de estrategia y táctica, alejada de los principios, por la sencilla razón de que las municipales y autonómicas preceden a las generales. Una cosa es entenderse con un único adversario en Madrid, ante un pastel nacional susceptible de colmar las ambiciones de ambas cúpulas, y otra muy distinta imponer desde Madrid, en ayuntamientos y comunidades, acuerdos vistos in situ como contrarios a lo natural. Una cosa es repartirse la tarta y el bastón de mando con arreglo a una percepción global de los intereses generales (poniéndonos en el mejor de los casos), y otra bien diferente obligar a los tuyos a que renuncien a una canonjía de las muchas que ofrece el poder local por hacerle ascos al respaldo de los representantes en su pueblo de Podemos, IU, ERC o incluso Bildu, con quienes salen habitualmente de copas. Eso es, sencillamente, inviable. Y una vez que las alianzas se hayan tejido en toda España dando rienda suelta a la espontaneidad, los experimentos de laboratorio estarán abocados al fracaso. Por eso el orden de los factores, aquí, altera dramáticamente el producto.

LA ÚNICA SALIDA ES VOTAR

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