Teresa Romero
Deseo fuertemente que sigas con nosotros muchos años, porque necesitamos que vivas para demostrar que el virus puede ser derrotado, un virus, producto de no sé quién, obra quizás del demonio o, quizás, de alguien, que no sé quién es, preparado para sacar del mundo de los vivos a alguna gente, argumentando que ya somos muchos, cosa que no es muy descabellada.
Quiero que vivas, Teresa, porque no mereces morir. El premio a tu entrega extrema cuidando al misionero enfermo es «seguir viviendo» para que todos reconozcan en tu persona que tú, cuando te tocó cuidar al hombre que lo había dado todo atendiendo a los demás, a los más pobres, a los más olvidados, casi sin medios, diste un paso al frente sin pensarlo, cruzando la frontera de la vida, sabiendo que allí dentro estaba la muerte agazapada y que ella, como encargada de acabar con la vida, que es lo que busca siempre, ahora, convertida en virus incurable, lo que desea con ansias es matar, y a cuanta más gente, mejor, porque su cometido es ese.
Terrible ébola, virus mortal, del que casi nadie ha escapado, eres la obra maligna de una ingeniería genética complicada, pero tienes tus días contados. Hay inteligencias jóvenes, investigadores natos, que luchan desesperadamente contra el tiempo para preparar una vacuna que acabe con tu orgullo de muerte, y, al final, serás masacrado allá donde te presentes, sin contemplaciones.