PECADOS CAPITALES
LA SOLEDAD DE MATO
Como Gallardón, la ministra masticó ayer el vacío de los que habitan en el purgatorio
EL pasado día 17 de septiembre un ministro se sentaba solo en la bancada azul del Congreso para dar explicaciones sobre algo inexplicable: el futuro de la reforma del aborto. Ese día el político del PP se encomendaba a la insoportable levedad del ser para salir del paso: «Es difícil saber dónde estará cada uno de nosotros el día de mañana», le espetaba a la oposición. Él sí lo sabía: menos de una semana después, Alberto Ruiz-Gallardón dejaba el Gobierno. El vacío que sus compañeros de Gabinete escenificaron abandonándolo en la Cámara Baja fue más elocuente que una descalificación pública. Ayer, Ana Mato volvió a masticar la soledad con que los partidos distinguen a los correligionarios que habitan en el purgatorio. La diferencia entre Gallardón y Mato es que, mientras que el primero intervino en el Congreso sin oxígeno en los pulmones, a la segunda todavía le asiste un respirador artificial activado con mando a distancia por Mariano Rajoy. El orgullo herido de la ministra volvió ayer a recibir otro golpe mortal: el cinturón sanitario de sus propios compañeros, lo que parece avanzar una decisión de La Moncloa que solo aguarda a la curación definitiva de Teresa Romero y el fin de la alarma sanitaria.
Rajoy sabe, aunque no le guste a un corredor de fondo como él, que los gestos en momentos de crisis y descrédito son muy importantes. Por eso suscribió su primera enmienda a la totalidad a la gestión de su ministra, relegándola en favor de Soraya Sáenz de Santamaría y colocando un asesor de comunicación de la vicepresidenta para liderar la situación. La segunda se consumó ayer en la carrera de San Jerónimo. El presidente aprecia la labor política de Mato y le guarda una especial estima por su trabajo como fontanera del partido. En Génova nadie olvida que en las duras horas que siguieron al 11-M, cuando las sedes del partido fueron cercadas por miles de personas que cuestionaban la versión del Gobierno, ella fue de las pocas que continuaron en su despacho sin dejarse amedrentar. Aunque fue Aznar quien la apoyó en sus primeros años (formó parte del famoso «clan de Valladolid»), últimamente había conseguido ganarse la confianza de Rajoy, el único presidente que la nombró ministra.
Ahora, el fin de su andadura parece cerca. Lo que no consiguió la presión política y mediática por su vinculación familiar con la trama Gürtel como esposa del exalcalde de Pozuelo, Jesús Sepúlveda, imputado en ese sumario, lo ha acelerado su errática administración de una crisis sanitaria a la que tampoco ayudó la imprudencia del consejero madrileño, el doctor Javier Rodríguez. Nadie espera, ni en La Moncloa ni en Génova, que sea Rajoy el que mueva ficha y destituya a su ministra. Iría contra sus principios. Pero todos dan por hecho que, cuando la tormenta amaine y el ébola sea solo un triste recuerdo, su amiga Ana, a la que ha defendido frente a los Jaguar y las insidias del confeti pagado por la trama de Correa, dé un paso al frente y se inmole.