VERSO SUELTO

Luciano, el liberal

El consejero de Cultura que quiere cargarse a la Orquesta es en verdad un incomprendido en mitad de un régimen clientelar

LUIS MIRANDA

AHORA se entienden el gesto agrio y el ceño severo, las respuestas tantas desabridas y el permanente refugio en una advertencia sin palabras de no acercarse si no se quiere recibir una voz más alta que otra. En realidad el consejero de Cultura es un incomprendido, un liberal en un régimen clientelar que aspira a llenar de Estado, o en este caso de Junta, cualquier centímetro cuadrado de Andalucía. Lucianus, como le dijimos alguna vez por ese nombre de tribuno romano y ese perfil estatuario de conjurado para asesinar a Julio César, es un revolucionario, un verso suelto (vaya tino que tuve con el nombre del artículo) en el PSOE, un eficientista que quiere que los impuestos dejen de financiar actividades ruinosas y que cada uno, con el dinero que deje de robarle el Estado, se pague aquello que sea de su gusto sin que tengan que financiárselo los demás.

Así se explica, pobre hombre, que no se le caiga nunca el gesto avinagrado de quien está a disgusto con lo que hacen sus compañeros, el cansancio moral del profeta que predica a los que no quieren escuchar. Pero igual que Hayek había dedicado su libro «a los socialistas de todos los partidos», y el tiempo le dio la razón en un mil por uno, también en muchos otros sitios hay liberales como él, que piensan que a la Orquesta hay que cargársela porque no es eficiente, porque incluso una parte del público le ha dado la espalda en los últimos años, así que allá se busquen ellos la vida que el dinero de los andaluces, y las andaluzas, no tiene que sacar del apuro a ningún caprichoso elitista. Si todavía fuera flamenco, quizá.

Con razón se le ha quedado fama de antipático, la que tendría cualquiera si hablara y jamás le hicieran caso. Las columnas del Palacio de San Telmo podrían contar cómo este hombre ha dicho una mil y veces que acabe el despilfarro de Canal Sur. Se le cae la cara de vergüenza con esos concursos que llenan la cabeza de pajaritos a unos pobres infelices que se piensan que son genios por cantar cuatro coplas en la ducha, y apenas estarán unos cuantos meses actuando para jubilados, barrios y ferias de pueblo antes de volver con una maleta de sueños rotos a la vida sin oficio ni beneficio. Cuántas veces dijo que para básculas y niños artistas lo mejor era poner la carta de ajuste.

Habrá que disculparle a Luciano Alonso los ataques repentinos a la yugular de quien menos culpa tiene. Alguien que defiende que el dinero público no puede costear la alta cultura es porque antes ha clamado como un poseso para que las Consejerías, tan bien dotadas de personal, asuman sus competencias y cierren esas agencias de nombres pomposos que están hechas para colocar a gente, eludir los controles del Parlamento y aumentar la burbuja pública y la tibieza de una región sin industria ni actividad económica, pero con mucha gente viviendo cómoda. Seguro que le dijo a Chaves y a Griñán que era una barbaridad que la Junta participase en incubadoras y empresas ineficientes, y hasta se enfrentaría a Susana Díaz para eliminar ese chiringuito indecente, a medio camino entre la Inquisición y el pesebre puro y duro, de los observatorios y de la consideración de no sé qué género de violencia como el problema que le quita el sueño a todo el mundo.

Sí, tiene que ser duro cuidar del dinero público en un sitio donde hubo sindicalistas llevándoselo a manos llenas y sin perder la pose de los desheredados que pelean contra el capital. En cuanto se cargue a la Orquesta de Córdoba, y está en ello, fijo que Lucianus pelea para que los pelmas de la memoria histórica entiendan que no van a poder ganar una guerra con carácter retroactivo.

Luciano, el liberal

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