CRÓNICAS DE PEGOLAND

CASI MEJOR QUE NO VENGAN

RAFAEL RUIZ

Si para salir en «Juego de Tronos» hay que descubrir que Daenerys de la Tormenta es como Emily Clarke, paso

EN este mismo instante, me propongo hacer una confesión. Yo no tenía ni idea de qué era «Juego de Tronos» hasta que mi santa me puso la serie, episodio tras episodio, que había conseguido ya se imaginarán ustedes cómo. Y tras ese bautismo iniciático, he de confesar que no llego al nivel del frikismo de algunos de mis conocidos pero que estoy tremendamente picado con las historias de poder en torno al trono del hierro. Reconozco que llevaba mucho tiempo sin pasarlo tan bien —la serie más que buena es entretenida—. Probablemente, desde Expediente X o, quizá, Orzowei. Gracias siempre a la dama que vulneró la legislación vigente en materia de derechos de autor por tenerme al día en cultura contemporánea.

Como cualquier otro aficionado a las cosas de los reinos de Poniente —con las limitaciones del que solamente recuerda los nombres de los personajes que aparecen con poca ropa—, ha molado la cosa de que rueden unos segundos de Puente Romano, que con la tecnología digital aparecerá ardiendo o envuelto en papel Albal o vaya usted a saber cómo. Y reconozco haber tenido el punto cateto de orgullo cordobés similar al que deben sentir los amigos croatas de Dubrovnik cuando se pregunten qué puñetas han hecho con su ciudad para convertirla en Desembarco del Rey, uno de los lugares imaginarios sobre los que gira la trama.

El problema sustancial de todo esto tiene que ver con que se pierda la magia. Nada fue más dañino para el cine que «La noche americana», una película de Truffaut —claro, era francés— que desvestía la fantasía de la imagen hasta convertirla en oficio. Como esos restaurantes donde dejan ver a los cocineros desvelando el punto de misterio que todo ha de tener. Como los artistas que insisten en dar a conocer sus procedimientos de trabajo como si nos importara una puñeta a qué hora escriben o cómo preparan sus pinceles.

A partir de ahora, cuando vea a un Lannister —si no han visto la serie, síganme el rollo— devolviendo sus deudas o a unas de esas muchachas semidesnudas que aparecen en el relato, se me pasará por la cabeza el señor de la gorra con la camarita y el trípode. O pasará como en Osuna, donde todo el mundo se hace fotos con Danaerys de la Tormenta (La que no Arde, Rompedora de Cadenas, Madre de Dragones, etcétera), que en realidad se llama Emily Clarke y es una chavala que parece haber salido del instituto. Guapa tirando a normal y, encima, castaña.

Buster Keaton tenía prohibido sonreír en público y a esta chica le tendrían que dejar muy claro que a la calle no se sale sin una peluca rubia pajizo. Y eso vale para cualquier otro miembro del elenco que decida lavarse el pelo, ponerse unos vaqueros o llevar una vida normal que no sea la de la corrupción, la guerra, el poder y el sexo incestuoso. Un respeto a los fans, hombre.

CASI MEJOR QUE NO VENGAN

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