Bankia, retablo de las maravillas
A la ligera mejoría del desempleo juvenil, que ha bajado en 1913 del 46 al 42 por ciento, como señala en Tercera Juan Antonio Sagardoy, y al pronóstico del FMI de que España será en 2015 el país que más crecerá en la Eurozona, se ha juntado estos días el nuevo escándalo de las tarjetas de crédito, ésas que permitieron a 86 individuos apropiarse de varios millones de euros. Que tres de ellos no hicieran uso alguno de esa posibilidad y que algunos hayan devuelto religiosamente todo el importe apañado o parte del mismo, subraya la apropiación indebida y la atmósfera maravillosa del retablo en que vivimos. Así las cosas, y sin olvidar los EREs que incoa la magna juez Alaya, siendo Bankia una entidad rescatada con dinero público, entendemos que Madrid y Sevilla hayan saqueado sus legítimos haberes a los funcionarios. El saqueo se entiende, pero el Estado debería restituir algo.
Yo ya sabía que en Bankia pasaba algo raro. Lo supe cuando vi el logotipo: una ene fundida con una ka, es decir, una ka a la que han birlado su trazo principal y luego una i minúscula sin su punto preceptivo. Nunca me fío de quien no respeta la palabra escrita. Bankia, ¿banquiá? Son impresiones de quien hizo caligrafía y aprendió la ortografía siendo muy joven.
También ha salvado el código de honor Joaquim Brugué, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona, que acaba de dimitir como miembro de la sedicente junta electoral, porque no ve condiciones democráticas: «Las cosas se están haciendo tan mal —dice el politólogo en “El País”— que si viniera un observador internacional y lo viera, creería que Cataluña es Guinea». Todos sabemos que Cataluña no es Guinea, pero algunos catalanes están haciendo lo indecible para que lo creamos. La gente se agrupa para llenar una plaza, unos cuantos «forajidos» habituales; se ignoran los millones de personas que se encuentran en su casa o en otros sitios, y la foto se difunde para que esa pequeña mayoría estafe a los incautos. Según el profesor catalán, él sólo dice lo que otros piensan y callan: el rey está desnudo, pero todo el mundo insiste en lo contrario. Todos confiamos en que Artur Mas y los suyos se cansarán algún día de fingir y Cataluña seguirá dentro de España, con sus dos lenguas propias y sus manías más o menos impropias.
Desde la presidencia de Zapatero, si seguimos el pálpito de Gabriel Albiac, en España suceden absurdidades que a mí me recuerdan sin embargo «El retablo de las maravillas», el sabio entremés de Cervantes, a quien siempre se relee con gusto. Y aunque su vida y su tiempo le dieron experiencia para crear ficciones, se diría que el cuadro imaginado por el escritor viene del Conde Lucanor, de don Juan Manuel, De lo que contesció a un rey con los burladores que fizieron el paño. El lector puede leer los «Entremeses» en la edición que la RAE publicó en 2012 al cuidado de Alfredo Baras Escolá. Los tres burladores del cuento medieval no hicieron el paño ni el traje que prometieron al rey a cambio de mucho oro y plata y seda. Daban a entender que todo el día tejían el paño; y como habían propalado la especie de que el traje sólo podían verlo los hombres que fuesen hijos de aquel padre que todos decían, hicieron que cada uno dudara del suyo; el pobre rey también se lo creyó y receló que si dijese que no lo veía, perdería el reino. La farsa concluyó cuando el negro que guardaba el caballo del rey, no teniendo nada que perder, se lo dijo claramente: «Señor, vais desnudo.» Algún día terminará toda esta sofistería de una Cataluña oprimida por España.
Pero la restitución del Estado a que me refiero no es sólo económica. No es la extraordinaria de Navidad, parcialmente birlada fuera de plazo, para que los jueces (tan pocos y tan distraídos de lo principal) ordenen ahora devolver la parte alícuota. Sería más justo suprimir la paga extra del verano, añadida como propina, y prorratearla en los meses todos. En vida de Cervantes estaba en el aire la obsesión de la limpieza de sangre, los cristianos viejos temían tener un antepasado judío y ser uno de ellos, «ex illis». Pero son cientos de asuntos, mayores o menores, los que penden hoy sobre nuestra cabeza sin cuenta ni razón: así nuestros edificios públicos, tan abiertos en verano como tapados en invierno, que es lo contrario de lo que aconseja el arquitecto. Es la tarde, que dura misteriosamente más que la mañana, para que nadie descanse bien por la noche. En el lamentable episodio de la auxiliar de enfermería, el Gobierno admite que hubo relajación de procedimiento. ¿Quién no ve que muchas cosas se hacen al revés? Maravilloso es que la nación funcione, pese a todo.