Ataque en Algeciras
Diego Valencia, el sacristán que murió defendiendo la fe en Algeciras
Al sacristán lo mataron en un posible atentado yihadista a la Iglesia de La Palma
Los amigos del atacante explican que hace dos meses cambió y sólo hablaba de Dios y el diablo
Diego Valencia tenía 65 años cuando Yazine Kanza lo mató. Era el sacristán de la Iglesia de La Palma, el templo mayor de Algeciras. El terrorista entró gritando en árabe, glorificando a Alá, lo hirió junto al patio, pero la víctima escapó. En la Plaza Alta lo remató. Fue el final de una hombre al que Algeciras echa de menos, querido y respetado. «Un héroe», señala el padre Rubén, que dice que murió defendiendo la fe, el templo y los estaban dentro.
Era el cometido de este sacristán, que deja esposa, dos hijos y dos nietos. Horas antes de la muerte, Diego expresó preocupación porque su mujer estaba enferma. Está aquejada de los pulmones y tenía fiebre, por lo que estaba hospitalizada. Los párrocos le había dicho que iban a ser cuatro días malos en el centro sanitario, pero no llegó. Lo asesinaron antes de una forma brutal en lo que la Audiencia Nacional considera un ataque «terrorista» de un sujeto con «relaciones salafistas yihadistas».
Llegó a la Iglesia de La Palma hace ocho años. Antes estuvo en la parroquia del Carmen. Era muy devoto de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. Fue vicehermano mayor de la Hermandad de la Buena Muerte, uno de los fundadores.
Floristería
Siempre estaba implicado en la vida social de la ciudad. Cosía para las agrupaciones del carnaval y fue el que decoró las bodas de media Algeciras desde la floristería que regentaba en la calle Tarifa, en el centro . Era un tipo especial, nieto de inmigrantes de Écija durante la Guerra Civil, que encontró en la Iglesia Católica su lugar en el mundo. En La Palma estaba en nómina, cuidando a los cuatros párrocos.
«Nos tenía siempre de punta en blanco. Era nuestras manos allá donde no llegamos», ha explicado este jueves el padre Rubén. Diego se encargaba de abrir a las ocho de la mañana, cerrar a la una de la tarde, luego volver a abrir las puertas de la parroquia a las 18.00 horas y cerrarlas a las 20.30 horas, después de la Misa. En esa jornada se ocupaba de que todo estuviera en su lugar.
Encendía las luces y la candelaria, cuidaba con primor las vestimentas sagradas del sacerdote, así como los cálices, formas y ornamentos. Cada día, era el que preparaba la liturgia. Su misión era que el sacerdote se desentendiera de ese oficio, que sólo se centrara en conducir las almas de los fieles hacia la luz de Dios.
Seguridad
También prestaba servicios de seguridad si había algún problema. En otro tiempo echó de la parroquia a ladrones del cepillo, a personas que no respetaban el templo, pero no pudo con Yazine. El marroquí iba a por él. Lo vio recogiendo la Misa y lo condenó a muerte. Ya había agredido a un sacerdote salesiano en San Isidro y dejado los heridos leves más.
Diego fue el culmen de su locura. Lo persiguió para matarlo. Ahora Algeciras llora a este vecino ilustre. Una de las catequistas que estaba cerca de él en el momento del ataque recordaba ayer, muy emocionada, que cuando vio lo que ocurría pensó: «Nos mata, nos mata», e instantes después suplicaba al asesino «no me mates, por Dios»... Cuando vio que ya no había nada que hacer pensó en los niños que estaban en la catequesis: «¡Que no salgan!», gritaba desesperada a sus compañeros. Porque la imagen que iban a encontrarse era estremecedora.
En el lugar donde murió Diego Valencia se agolpan las flores y las velas. Los vecinos pasan, se paran, rezan y se van con el alma encogida. Su asesino irá a la cárcel en su locura o será recluido en una institución psiquiátrica penitenciario. Murió defendiendo su templo, como dicen los párrocos de La Palma, a manos de un tipo que actuó en nombre de otro dios que tomó en vano.