violencia familiar

Ellas también pegan a sus padres

En seis meses más de 200 adolescentes se han reeducado en casas de la Junta por violencia familiar

Ellas también pegan a sus padres e.s.

jesús morillo

La violencia que ejercen los menores dentro de su familia, bien contra sus padres bien contra sus hermanos, no ha dejado de crecer en los últimos años. En solo una década, alertaba el Defensor del Pueblo Andaluz en 2010, este tipo de agresiones había crecido entre un 30 y un 40% en la región. «Hace siete años no tenía ningún menor por violencia familiar bajo medidas de reeducación», recuerda la directora general de Justicia Juvenil y Cooperación, Carmen Belinchón.

El aumento de este tipo de delitos y faltas parece haberse ralentizado un poco en estos últimos años, según se desprenden de los datos de la propia Junta de Andalucía. Lo más llamativo, tal como reconoce esta responsable de la Consejería de Justicia e Interior, es un aumento del número de chicas que están cometiendo delitos y faltas de violencia familiar, aunque la gran mayoría de agresores siguen siendo los chicos. «Las chicas están repuntando» en este aspecto, señala.

De este hecho da también cuenta la memoria de la Fiscalía de la Comunidad Autónoma de Andalucía. El informe resalta las ocho Fiscalías de Menores de la comunidad una «equiparación de sexo en estas conductas, aunque se observa un repunte de mujeres como autoras de la conducta penal».

Estas conductas suelen terminar en agresiones con resultado de lesiones a algún miembro de la familia, especialmente a la madre, que suele ser quien pone los límites, señala esta responsable de la Junta, y es el final de un largo proceso que comienza con el insulto. La violencia verbal y física se puede prolongar en el tiempo y los padres no denuncian hasta que la convivencia resulta imposible con estos adolescentes de entre catorce a diecisiete años. «No podemos más» es la frase más repetida de los padres cuando deciden poner el caso en manos de la justicia, señala Carmen Belinchón.

El perfil del adolescente maltratador, varón en su mayoría, no está relacionado con condicionantes socioeconómicos o familias desestructuradas, ya que casos de violencia familiar se pueden dar donde los progenitores son, por ejemplo, profesores universitarios o disfrutan de un alto nivel de vida. Es cierto que en algunos casos, estos adolescentes proceden de núcleos familiares marcados por la violencia psíquica o física, donde pueden darse episodios de violencia de género hacia la madre que los hijos puede replicar. Pero en otros, la violencia, como indica esta directora general, se genera en matrimonios donde cada progenitor hace su vida y no se han puesto de acuerdo o no se han puesto límites u horarios a los hijos.

Pero hay más causas, que tienen que ver, entre otras, con falta de tiempo, por las largas jornadas laborales o las numerosas actividades extraescolares, de los padres para estar con los hijos, a los que se ve ya cansados en casa a última hora; el consumo de drogas y alcohol; y el uso de internet y la reproducción de modelos que hacen los adolescentes, resume esta responsable de Justicia. El perfil lo completa el informe de la Fiscalía: «Son menores egocéntricos, con falta de habilidades sociales, con fracaso escolar, materialistas, que no acatan normas, en no pocas ocasiones herederos de la violencia física o psíquica vivida en el ámbito familiar y con problemas severos de drogadicción o salud mental».

Una vez el caso en el juzgado de menores, una de las medidas que se puede imponer a estos adolescentes es un programa de resocialización dentro de medidas no privativas de libertad, si es que no ha cometido un delito grave. Uno de los que «mejor resultado está dando», según la Fiscalía, es al convivencia dentro de uno de los dieciocho grupos educativos, trece para chicos y cinco para chicas, que gestiona la Consejería de Justicia y por el que han sido reeducados el primer semestre de este año 229 menores. Más del 70% de ellos habían cometido delitos relacionados con la violencia familiar.

Con esta medida, estos jóvenes pasan a alojarse en una casa donde deben convivir con otros chicos, durante un periodo mínimo de aproximadamente un año, donde se le facilita alojamiento, manutención, vestuario y las atenciones sociales, psicopedagógicas y de aprendizaje. Para ello, cuentan la ayuda de nueve profesionales: un director, un psicólogo, un trabajador social y seis educadores. En paralelo al trabajo que se hace con los hijos, se trabaja con la familia.

Así, el joven sigue dentro de su contexto social, acudiendo a su centro escolar o siguiendo un programa de formación profesional, mientras tiene que desarrollar habilidades de convivencia con el resto de compañeros, como realizar tareas domésticas o hacer la compra, que les sirve para su resocialización. Una vez lograda, el adolescente puede retornar a su hogar, aunque puede mantener el contacto con el grupo educativo. «El 90% vuelve con su familia», destaca Carmen Belinchón.

Ellas también pegan a sus padres

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