El 22 de junio de 1941 el Ejército alemán inició la Operación Barbarroja (Unternehmen Barbarossa en alemán). Quedaba abierto el Frente Oriental, el mayor teatro de operaciones de la Historia, en el que se produjeron las mayores y más brutales batallas de toda la Segunda Guerra Mundial. Añadamos el terrible frío y un territorio desolado y nos encontraremos con el Infierno en la Tierra.
Unos días después, tres jerarcas del régimen de Franco, Ramón Serrano Suñer, Manuel Mora y Dionisio Ridruejo, almuerzan en el hotel Ritz de Madrid y acuerdan que es necesario ponerse del lado de la Alemania nazi, que domina Europa y parece invencible. Los sueños de recuperar un pasado imperial parecen poder hacerse realidad: el África francesa, el Orandesado, e incluso Gibraltar. Franco no quiere entrar en la Guerra, pero aprueba el envío de soldados voluntarios para apoyar al ejército alemán. Ha nacido la División Azul (la 250 de la Wehrmacht), y cuyo primer contingente marchará desde la estación de Atocha el 13 de julio de 1941. La primera leva, bajo el mando del general Muñoz Grandes, será de dieciocho mil soldados. Al final de la guerra participaron cuarenta y cinco mil voluntarios. Hubo más de dieciséis mil bajas: cinco mil muertos, ocho mil setecientos heridos y tres mil mutilados.
Entre los voluntarios había gentes de todo tipo: idealistas, aventureros, desesperados, jóvenes que habían combatido en el ejército republicano, ilusos que se veían marchando triunfantes por las calles de Moscú en poco tiempo, solitarios sin nada que perder. Pero todos ellos encontraron una guerra terrible con unas condiciones meteorológicas terroríficas.
El 10 de octubre de 1943 se decidió ordenar la repatriación escalonada de las tropas. Entre mil quinientos y tres mil de los voluntarios decidieron seguir, ya no como división, sino integradas en el ejército regular. Las nuevas unidades se conocieron como Legión Azul. Algunos de sus miembros llegaron a combatir contra los soviéticos en la Batalla de Berlín.
Compatriotas que recién salidos del horror de una guerra civil se vieron envueltos en otra guerra terrible, lejos de sus hogares, extraños entre sus compañeros de armas y ajenos a una tierra durísima que les recibió con el rigor del General Invierno. Hombres que dejaron su juventud en la helada estepa rusa, en pequeñas batallas y en gigantescos sufrimientos.