Aprender al aire libre
El CDM apuesta por convertir el espacio exterior en el mejor aliado para una educación segura, motivante e integradora.

Los beneficios de trasladar la enseñanza fuera del aula son conocidos desde muy antiguo. Los precursores de la nueva educación como Rousseau en el siglo XVIII o la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos, a principios del siglo XX ya subrayaban la necesidad de trabajar las materias en el exterior para favorecer el desarrollo harmónico de los jóvenes.
Salir del aula para observar, interiorizar y comprender es un acto que proporciona salud a la vez que bienestar, y permite un desarrollo cognitivo que incide directamente en los comportamientos y las emociones del ser humano.
Hoy en día, las actividades en el exterior han cobrado una dimensión extraordinaria con la puesta en marcha de los necesarios protocolos sanitarios y han convertido a esta escuela «sin paredes ni muros» en una solución sana y liberadora que compensa las restricciones de la pandemia y la sedentarización generada por los meses de enseñanza telemática que han multiplicado problemas como la ansiedad, la hiperactividad, la obesidad y el estrés.
Los alumnos que aprenden fuera del espacio clase son invitados a experimentar, a tomar iniciativas y a conectar los saberes escolares con los naturales de forma que interior y exterior se complementan, duplicando la oportunidad de aprendizajes y ofreciendo una mejor comprensión del mundo, de uno mismo y de las relaciones con los demás.
Para los profesores es una ocasión única de variar la metodología, concretar los aprendizajes más teóricos , favorecer la interdisciplinariedad y mejorar la relación con los alumnos, a la vez que se desarrolla el compromiso con el propio centro, sus instalaciones y el medio ambiente.
Múltiples son las experiencias que se pueden llevar a cabo en el patio o jardín de un centro educativo: desde el simple hecho de impartir la clase sentados en la hierba tomando el sol hasta el desarrollo de un proyecto interdisciplinar de investigación sobre la evolución de la tecnología para orientarse en el espacio y el tiempo, pasando por la lectura individual o en pequeños grupos, la dramatización de una pieza musical, la escritura inspirada por la observación directa del entorno, el dibujo, el estudio de la vegetación en un rincón del patio a lo largo de las diferentes estaciones del año, la construcción de un reloj solar, la realización de un documental o la reproducción a gran escala de una obra de arte, además de las tradicionales actividades deportivas, de jardinería, bricolaje, recogida de residuos, etc...Todas ellas exigirán a los docentes grandes dosis de voluntad, energía y coherencia, puesto que aula y exterior implican el respeto de unas normas claras y el dominio de múltiples recursos pedagógicos.
En este sentido, puede ser muy útil desarrollar una serie de rutinas preparatorias de dichas experiencias, como puede ser establecer un tiempo para vestirse adecuadamente en función de las condiciones climatológicas, seleccionar el material necesario y salir ordenadamente. Es una magnífica ocasión para ceder la responsabilidad a los alumnos e implicarlos en la tarea.
En definitiva, enseñar al aire libre es utilizar las oportunidades que nos brindan los espacios abiertos para motivar y comprometer a los jóvenes en su aprendizaje, transformándolos en un lugar de reencuentro con las experiencias y sensaciones que, en muchas ocasiones, no ofrecen las cuatro paredes del aula.