Un tinto bien criado en La Rioja
Altanza procede de viñas viejas y sabias, en Fuenmayor (La Rioja)
El vino es un alimento. Contiene alcohol y transmite sensaciones. Altanza, por ejemplo, transmite paz. No una paz frágil, un instante de sosiego, la calma que precede a la tempestad. No. Altanza es un tinto bien criado , nacido de viñas viejas y sabias, y amparado por una existencia serena, dotada de cierta divinidad. Su uva es tempranillo de terciopelo, la fruta negra más hermosa, una copa del cielo. Aromas vestidos con especias más que sentimientos nacidos de la barrica, la fruta más pura. Vive en la boca poderosa, amparada por la finura, y posee una longitud esplendorosa. Carácter, sí. Carácter que muestra en el restaurante García de la Navarra en una cata junto a otros alimentos, estos de la casa, de una casa tan brillante como sólida. Alimentos como revuelto de cebolla, bocartes con pimientos y al fin albóndigas. No creo que Altanza sea un vino para gente que mantiene la seguridad como norma habitual de conducta, lo que es virtud, lo que es lógica. Creo que se trata de adentrarse en los misterios de la elegancia más misteriosa, o de hurgar en la tierra más bella. Y no es malo sentirse de cuando en cuando como una persona golosa. No es cuestión dolosa.
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