En busca de Wallander, el inolvidable detective de Henning Mankell

Un escritor de ABC Viajar recorre Ystad (Escania, Suecia), la tierra del mítico personaje de la novela negra

En busca de Wallander, el inolvidable detective de Henning Mankell Måns Fornander/imagebank.sweden.se

f. lópez-seivane

El escritor sueco Henning Mankell, autor de la popular saga de novelas policiacas del detective Kurt Wallander, ha muerto a los 67 años. Este es un viaje por sus paisajes, por los lugares donde se movía su personaje principal, Kurt Wallander. Francisco López-Seivane viajó a Ystad en su busca. Estas fueron sus impresiones.

Las novelas de Mankell tienen como personaje central de todas sus historias al detective jefe de la policía de Ystad, Kurt Wallander, un antihéroe al estilo del Carballo de Vázquez Montalbán. Las andanzas de Wallander, un cuarentón solitario, abandonado por su mujer y dado al alcohol , tienen lugar en Escania, una región que se han disputado históricamente daneses y suecos y que vive con el alma partida. De hecho, el duro acento con que se expresan los granjeros de la región resulta más inteligible a los daneses que a los propios suecos.

El viaje en el tren de color lila que lleva en poco más de media hora desde Malmö a Ystad , deja ver un paisaje ondulado, salpicado de granjas y vastas extensiones de tierra dedicadas al cultivo de cereales. No recuerdo haber visto ni un solo árbol en todo el trayecto. Escania es el granero de Suecia y no me extrañó nada saber que Mankell, nacido en las boscosas regiones del norte, hubiera decidido un día instalarse allí, cansado de que «los árboles no le dejaran ver el bosque».

Elinor, una joven rubia y entusiasta de las novelas de Mankell, me llevó a recorrer «el mundo de Wallander» . Partimos en dirección a Simrishamn, pero pronto tomamos una carretera secundaria que bordea las arenosas playas del litoral y el bosque de pinos que Lineo recomendó plantar para evitar que las dunas avanzaran hacia el interior impulsadas por los fuertes vientos del Báltico.

Kaseberga es una diminuta población costera, situada junto al Ales Stenar, el misterioso monumento vikingo cuyo significado nadie ha sabido desentrañar 1.500 años después de haber sido erigido. Las especulaciones sobre su razón de ser y su formidable emplazamiento, en lo alto de una terraza asomada al mar, han convertido los monolitos de piedra dispuestos en forma elíptica -que muchos ven como un barco-, en un lugar de culto que el propio Wallander -asegura Elinor- visita con frecuencia para reflexionar en soledad. El detective es un hombre pragmático, pero allí se siente muy cerca de su propio ser y muy lejos de la suma de conflictos que configuran su triste vida. Visitar Ales Stenar, a Wallander le sienta bien.

Wallander acostumbra también a acercarse al puertecito de Kaseberga y pasarse por el Fisk ab de Leif y Jimmy Ahl para degustar el pescado ahumado que sirven en el comedor de la planta alta, así que no me quedó más remedio que probar el salmón, el arenque y la lamprea que Gunilla ahuma allí mismo cada día. Ya de regreso, Elinor tomó otra carretera hacia el norte que cruza cerca de Löderup, donde el padre de Wallander pasó los últimos años de su vida pintando siempre el mismo paisaje, unas veces con un eurogallo y otras sin él. Al llegar al cruce de Glemmingebro, no pudimos resistir la tentación de parar en el Olof Viktor´s Café a tomar una de las estupendas tartas que se elaboran en la vieja fábrica de ladrillos, en cuyo horno se cuece ahora el mejor pan del país.

Ya en Ystad, nos adentramos en unos antiguos cuarteles militares que se han convertido en estudios de cine, por obra y gracia del éxito del novelista sueco que, asociado a un par de amigos y con el apoyo de la municipalidad, puso en marcha un proyecto para convertir en películas todas sus novelas. El asunto funcionó y pronto hubo muchas más películas que novelas. Nos acercamos a la Cinemateca contigua, un interesante museo interactivo diseñado para que los niños aprendan la mecánica de la producción cinematográfica y puedan realizar incluso sus pequeños proyectos.

Esa tarde el viento y la lluvia dieron paso a un sol radiante y pude pasear a mis anchas por las callejuelas medievales de Ystad , unas veces, flanqueadas por ringleras de antiguas casas plebeyas de una sola planta, pulcramente pintadas de vivos colores, y otras, salpicadas de viejos edificios de ladrillo cocido cruzados por sólidas vigas de madera, al estilo alemán. Todo muy limpio, muy florido y maravillosamente conservado. Sobre todo, la plaza central, Stortorget, una bombonera de edificios dispares que envuelve la mole roja de la Iglesia de Santa María. Muy cerca de allí está la famosa calle Mariagatan, donde Wallander tiene su lobera. En mi desconcierto, llegué a confundir la realidad virtual con la otra y acabé preguntando a la recepcionista del Hotel Continental si había llegado ya el señor Wallander. Elinor me sacó de allí como pudo, con una sonrisa forzada, para llevarme a tomar el último café al Fridolf Konditori, el lugar favorito del desastrado policía, donde probé un pedazo de la tarta que lleva su nombre.

Afortunadamente, la estación de Ystad se encuentra allí mismo y enseguida pude coger el tren lila de regreso a Malmö , una interesante ciudad que creció cuando los arenques eran tan abundantes en el estrecho de Öresund que «a los pescadores les bastaba con pasear por la orilla para que los peces saltaran a sus cestas».

Quizá haya una exageración en estas palabras, pero lo cierto es que la pesca del arenque fue el motor de la prosperidad de Malmö hasta que la actividad naval de sus astilleros cayó en picado. Ahora, donde se levantaban los viejos astilleros ha nacido una nueva ciudad presidida por la torre más alta de Suecia, un emblemático edificio blanco de Calatrava que se retuerce, a medida que asciende, como el tallo de un girasol. Las viejas naves de ladrillo han sido transformadas en aulas de universidad y en sedes de empresas de alta tecnología. Más de veinte parques públicos hay en esta ciudad de altísima calidad de vida que ha sabido aunar lo viejo -el espléndido Ayuntamiento, la Estación central, la colosal Iglesia roja de San Pedro o la antigua plaza del mercado, Lila Torge-, con los nuevos conceptos urbanos: calles peatonales, recuperación de edificios históricos,.. Mucho más lejos de la capital sueca que de la vecina Copenhague -que un moderno puente sobre el estrecho de Öresund, ha dejado a sólo veinte minutos de distancia-, Malmö, capital de Escania, vive en el mejor de los mundos, galopando a caballo entre dos países de primer nivel. Aunque, eso sí, con un tercio de su población siendo de origen extranjero, algo que preocupa sobremanera a Wallander.

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