Pintar tras la ceguera: la victoria del copista más joven de El Prado
A Ataúlfo Casado lo dejó ciego una retinosis pigmentaria en 1988. Años después decidió volver a pintar y hoy sus cuadros se exponen en varias ciudades españolas
El que fue el copista más joven del Museo del Prado es ciego. Se llama Ataúlfo Casado , Ata, y le apasiona hablar de arte durante horas mientras escupe bocanadas de humo. Vive frente a un colegio en el barrio de Lavapiés , su ventana está siempre abierta para escuchar el bullicio del recreo y el trasiego de la vida moderna. Le encantan las personas.
Recuerda con precisión milimétrica los trazos de sus obras predilectas e indica con ambas manos el tamaño de los lienzos. Su casa es una puerta a otra época, no hay rincón que no lo describa: los cuadros de las paredes son ventanas a su interior, donde él es que el ve. Sobre la mesa central, un rosario de madera. A su izquierda el reproductor de música que lo devuelve a la ópera donde sigue viendo a Madame Butterfly . Encima de los muebles reposan ceniceros colmados de colillas y las montañas de pastillas con las que sobrelleva los « terribles dolores » que le producen sus propios huesos.
Para salir a la calle necesita una silla de ruedas. Vive solo y continúa pintando para «hacer feliz a la gente». No necesita ver porque guarda los colores «dentro de su alma», lo sabe desde antes de cumplir los tres años cuando los Reyes le trajeron lápices de color. El pequeño aprendiz de pintor protestó porque el tono de aquel rojo no era el mismo que buscaba para su dibujo. Con sólo 11 años, los maestros de Ata le confesaron que no podían enseñarle nada más y a los 14 aprobó su oposición a la pinacoteca.
Destacó en su profesión hasta que en octubre de 1988 una revisión rutinaria le espetó el peor de los pronósticos: retinosis pigmentaria . Sólo tres días después Ata miró el reloj y al levantar la vista todo se había difuminado en color gris. Tardó varios segundos en escoger la frase para comunicárselo a su madre: «Ha empezado la ceguera».
¿Qué lo llevó a tomar la decisión de volver a pintar?
Hacer feliz a la gente. Mi madre todavía vivía y me dijo que era una barbaridad, pero yo sabía lo que era estar ciego mejor que ella y también sabía que podría retomar la pintura. Necesité 12 años tomar conciencia de mi nueva vida pero un 12 de octubre me levanté con un montón de recuerdos. Mi abuelo, los paseos en el pueblo... y supe que debía seguir pintando. Decidí que la vida pende siempre de un hilo y que tienes que hacer lo que te haga feliz.
¿Pinta todos los días?
No, tengo una enfermedad degenerativa en el hombro con el que pinto, un linfedema que heredé de mi madre. Y también un desgaste en la cadera que me produce terribles dolores cuando paso mucho tiempo sentado en el taburete. Es el precio que tengo que pagar por lo bien que me lo paso cuando estoy pintando. Los jueves por la mañana viene a ayudarme a pintar mi amigo Luis. Le voy diciendo las cantidades de pintura que necesito y luego hago la mezcla sobre el lienzo. Procuro pintar lo más rápido que puedo para que no se me vaya la imagen de la memoria y, cuando acabo, siempre me surge la pregunta «¿hay algo en el cuadro que yo no vea?»
¿Cómo consigue que la persona que lo ayuda se meta en su cabeza?
Es difícil, tenemos que comunicarnos muy bien. Yo le explico mi idea pero en este caso invertimos los papeles. Yo soy quien ve y el que no ve es él, pero la comunicación es total. Influye también mi conocimiento de los colores y lo que nos vamos diciendo el uno al otro. Mi último cuadro se llama “Dulcinea, un sueño imposible”, la idea es plasmar lo mismo que Cervantes en los personajes de Sacho y Don Quijote, la manera en la que se mezclan la racionalidad y la imaginación, siendo el extremo superior derecho la imaginación de Don Quijote. Este es un caso sencillo, pero cuando las imágenes están en mis recuerdos se complica
¿Cómo ha cambiado su manera de almacenar los recuerdos tras la ceguera?
La forma de recordar es diferente. Sin la visión recuerdas los sonidos en vez de las imágenes, también los momentos que te impactan. Dejas de recordar a los lugares a los que vas para recordar a los amigos con los que estás y el amor que sientes por ellos. Recordar es positivo pero añorar, no. No debemos añorar el tiempo pasado para no caer en el riesgo de lo que en el siglo XIX llamaban «El mal de la melancolía» que es la depresión actual
¿Vive actualmente de vender sus cuadros?
No, vivo con la pensión de gran invalidez. Para poder cumplir mi máxima de pintar para hacer felices a los demás el precio tiene que ser accesible para todo el mundo. El precio de mis cuadros se mueve en una horquilla entre los 200 y los 3000 euros. Valoro los precios en función de las reacciones de las personas que los ven: «Algo tendrá el agua cuando la bendicen»
¿Cuándo supo que iba a perder la visión?
Un 11 de febrero de 1988. Todo ocurrió de repente. Fui a una revisión rutinaria al oftalmólogo y noté cierto nerviosismo en los médicos, no se atrevían a decírmelo. Le pregunté directamente si me iba a quedar ciego, tardó siete minutos en contestarme: ‘Comprenda usted que es una enfermedad degenerativa’, y lo entendí. A los tres días iba paseando con mi madre por la calle Toledo, mire el reloj y cuando levanté la vista todo era de color gris. Tardé varios minutos en decírselo por el varapalo que iba a suponer para ella ‘ha comenzado la ceguera’, fueron las palabras exactas
¿Sabía que llegaría de forma tan inminente?
No, el mío además fue un caso raro. Un especialista de la ONCE me dijo que suele haber síntomas previos y sueles perder visión de manera paulatina. No lo entendí durante los primeros segundos porque la ruptura de mis ojos significaba la ruptura de mi trabajo, de la economía, de la vida. Pero le dije a Dios: «No entiendo por qué lo has hecho, pero si lo has decidido así has hecho muy bien»
¿Le ayudó mucho apoyarse en la religión?
Completamente, sobre todo en cuanto a aceptar mi situación y entender que quedarme ciego era algo bueno para mí. Las personas no son felices porque ante cualquier revés buscan culpables y eso sólo lleva a la amargura. Nadie es culpable de que yo esté ciego, ni de mi desgaste de cadera ni de la enfermedad de mis huesos. La culpa es de uno solamente cuando no se adapta a la realidad terrena. No hay que buscar razones sino la manera de seguir adelante
Y ni su religión ni su salud le impide ver a sus amigos marroquíes del bar de al lado
Escucho y quiero a todas las personas. Soy católico pero también soy amigo de ellos y entre nosotros hablamos de todo, no polemizamos y nos respetamos. Simplemente hablamos de Dios. Entiendo que nuestra religión es diferente, que lo importante está en el corazón de las personas y que al final Dios es el mismo para todos aunque ellos le llamen de otra manera. Nos respetamos mucho y no polemizamos, simplemente hablamos de Dios
¿Cree que sin esta actitud suya no habría sabido volver a pintar?
Por supuesto, si hubiera buscado culpables me habría amargado. Si estuviese amargado las personas no disfrutarían estando conmigo, y yo pinto por amor a los demás y a la vida. Vinieron años muy duros después de la ceguera pero mi carácter no cambió, nunca me gustó esa irascibilidad que ahora mismo está en la calle. Las personas se ponen nerviosas por tonterías y eso es fatal, te aísla y la sociabilidad es fundamental, es lo que te hace libre.
¿Percibe esa irascibilidad en la sociedad actual?
Por supuesto, lo detecto desde la ventana. La prisa y el nerviosismo desorientan a las personas y les impiden valorar las cosas buenas de la vida. Todos se centran el trabajo, ambicionan lo que tienen los demás y dejan de disfrutar los momentos. Se olvidan de sus seres queridos y de lo importante: amar a las personas que te rodean. La vida sin amor no merece la pena, es lo que nos hace felices y lo que nos lleva a superarnos cada día y a ser mejores personas
¿Valoramos cosas que no necesitamos?
Totalmente. En el mundo reina lo material. Cuando todo eso se tiene es cuando la gente se da cuenta de que no es feliz y busca nuevas cosas. En esa carrera de buscar nuevas cosas llega un momento en el que no te hace feliz nada
¿Cómo ha sido rodar un documental sobre su propia vida?
Fue una experiencia más. Primavera Martín venía y me grababa. Estuvo bien pero he de decir que se ha permitido una licencia, una escena en la que yo me enfado y lanzo cosas sobre un lienzo. Yo no soy así, nunca me agarraría ese rebote porque siempre pienso que todo tiene arreglo
¿Cómo es su día a día?
Cuando suena el despertador siento unos dolores terribles en el cuerpo pero me obligo a levantarme, a dominar los dolores y no rendirme a ellos. Afronto todo con mucha fuerza, no es fácil porque viviendo solo la tentación es grande pero es la manera de seguir vivo. No puedo salir mucho porque necesito la silla de ruedas y hace falta alguien que la empuje. El resto como buen católico escucho la misa en la radio, rezo o me pongo música
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