Lecciones contemporáneas de relaciones humanas y divinas

La historia de la Iglesia la escriben hombres y mujeres ejemplares y del todo actuales

Ejemplar dedicado a la Madre Teresa de Calcuta ABC

JOSÉ FRANCISCO SERRANO OCEJA

José Luis Martín Descalzo escribió en uno de sus prodigiosos artículos que «nunca he creído que los santos tuvieran madera de santos». Jacinto Benavente llamó a una de sus comedias menos conocidas: « Los santos para el cielo y los altares ». Quizá pensemos que los santos son cosa de un pasado con olor rancio, humedecido por las lágrimas de la historia. Quizá seamos capaces de recitar una lista de santos antiguos e incapaces de reconocer a los santos que ahora andan por casa. El problema está en definir la santidad y en no confundirla con el buenismo fluorescente o con cierta justicia de pancarta.

Hubo un autor, no hace muchos años, que se preguntó cómo se puede vivir sin la gracia. Y añadió, «ése es el problema que domina el siglo XX» . Pudiera parecer que esta frase se debe a un místico o a un teólogo. Pues no. Esta frase está escrita en el silencio de Dios, en la oscuridad de un alma que hacía que su pluma palpitara de sudor y de ansiedad por una felicidad buscada, presentida y no encontrada. Fue Albert Camus . Como otros muchos añoró la gracia de Dios, la santidad, y se esforzó por una santidad laica transida de autenticidad y de justicia social. «En suma, dijo Tarrou con sencillez, lo que me interesa es saber cómo se hace uno santo. - Pero usted no cree en Dios, le respondió Rieux. - Justamente. ¿Puede ser uno santo sin Dios?, es el único problema concreto que me interesa actualmente», escribió Camus.

La santidad es un reclamo de lo esencial en la vida . La santidad es la prueba de la autenticidad del amor de Dios al hombre. Para amar a Dios hay que dejar que Él nos ame. Y ahí está la gracia. Cuando un joven se refiere a otro destacando sus virtudes suele decir que es «auténtico». Los alimentos llevan un sello de «autenticidad», una forma de «garantía de calidad». Lo santos son la garantía de calidad del cristianismo .

Una vida santa es una vida ejemplar. Estamos muy necesitados de ejemplaridad. Las vidas ejemplares son dignas de ser admiradas, contempladas, imitadas. Perduran en la memoria más allá de la fugacidad del estreno o de la cadencia de los ritmos de la mercadotecnia. Nos sacan de nuestra zona de confort y nos conducen de la mano a la pista de salida de la plenitud de la existencia . Y esas vidas son… las vidas de los santos. Como escribió Chesterton, “a fin de cuentas, todos los siglos han sido salvados por media docena de hombres que supieron ir contra la corriente de moda”.

Decía Pablo VI que nuestro mundo necesita más de testigos que de maestros. Pero a reglón seguido añadía que los testigos son maestros de la fe, de la caridad y de la esperanza. Los santos han sido hombres y mujeres, pecadores también, humanos, demasiado humanos, que han convertido el frío de la historia en calor de hogar para la humanidad.

Porque la santidad es ahora tan moderna como hace cinco, diez o quince siglos. Cuando hablamos de santidad hablamos de una felicidad que procede de la relación con Cristo vivo , resucitado. El cristianismo no es un sistema de ideas, una ideología más. Es una relación, un encuentro con una persona que está viva. Los santos, por tanto, son también maestros en relaciones humanas y divinas.

Nada hay más cierto que lo que necesitamos es amor. Pero necesitamos amor auténtico. Por eso, hoy y ayer, conviene volver la mirada a quienes han tejido su vida de amor auténtico, en coherencia. Vidas que nos enseñan y señalan el camino. Escribió Graham Greene en su Diario: « Todo se pierde en el amor y, aunque sea verdad que seremos juzgados según el amor, es igualmente indudable que seremos juzgados por el amor, que no es otro sino Dios».

ABC publica a partir del próximo jueves la Colección Maestros de la Fe que recoge la vida de veinte personas ejemplares. Estas biografías, modernas en su forma, harán que ustedes, queridos lectores, se paren a pensar la razón por la que cada uno de sus protagonistas, hombres y mujeres de nuestra misma pasta, rebosaban paz y esperanza. Esa esperanza de la que escribió bellamente Bernanos: « El mundo vive demasiado aprisa, el mundo no tiene ya tiempo para esperar… La esperanza es un alimento demasiado suave para el ambicioso; le pondría en peligro de enternecer su corazón. El mundo moderno no tiene tiempo para esperar, ni para amar, ni para soñar».

Lo santos sí, tuvieron tiempo. Y nosotros ahora somos deudores de su tiempo, de su espera y de su esperanza.

Santa Teresa de Calcuta

Hizo de su vida trasparencia del amor de Dios para los más necesitados. Su devoción eucarística la convirtió en apóstol de la caridad para una humanidad herida. Fundadora de las Misioneras de la Caridad se ha convertido en el icono moderno de la obediencia a la voluntad de Dios.

San Ignacio de Loyola

De su espíritu de discernimiento brotó la Compañía de Jesús. Corazón ardiente, realista y líder , conjugaba la fuerza de su carácter con la magnanimidad sin límites. Hombre de lo esencial, su empeño de proponer un pedagogía del encuentro con Jesús le hizo adalid de la gloria de Dios.

San Francisco de Asís

El Poverello de Asís tuvo ensueño: reparar una Iglesia corrompida por la carcoma de los pecados de sus miembros . Su secreto fue la locura de la cruz que le llevó a hacerse pobre para abrazar a los pobres y a mirar la creación en actitud de alabanza.

Santa Teresa de Liseux

San Pío X la calificó como la santa más grande de los tiempos modernos. El mensaje de esta joven religiosa, patrona de las misiones sin haber salido de su convento , fue la sencillez corredentora con María. Quiso «pasar su cielo haciendo el bien en la tierra».

San Juan Pablo II

Llegó de un país lejano con las marcas de los totalitarismos en su alma. Calificado como de Grande, contribuyó decisivamente a cambiar la historia y a hacer posible una Iglesia de comunión , tal y como quería el Concilio Vaticano II. Viajero incansable fue un testigo privilegiado del Evangelio.

San Juan de la Cruz

La vida de este religioso es una mezcla bien condimentada de pobreza, sufrimientos, trabajos, desprecios, persecuciones, olvidos… y mística. La mística de esa cruz « a secas, es linda cosa ». Un reformador del amor que influyó en una singular constelación de santos desde el corazón de Castilla.

Óscar Romero

Mártir de la lucha por la justicia y por la verdad del Evangelio, el que fuera arzobispo de San Salvador es un ejemplo de pastor que da la vida por sus ovejas. De profunda vida espiritual, hizo de su ministerio profecía de libertad para un pueblo que clamaba por una vida digna.

Santa Rita

La vida de esta santa nacida en el pueblo de Cascia, en la Umbría, está llena de sufrimiento. Casada por obligación, ingresó en el monasterio de Santa María Magdalena en donde recibió numerosas gracias de Dios que reparte aún hoy a quienes a ella se encomiendan. Su cuerpo permanece incorrupto.

Padre Pío de Pieltrecina

La imagen de Francesco Forgone se ha convertido en emblema de Italia. Su conocimiento íntimo de Dios, y de su designios, es fuente de abundantes gracias. Confesor incansable de fama, apóstol de la oración purificadora, recibió « las llagas del amor » en su cuerpo.

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