francisco, en la zona cero del 11-S

«El Papa me hace sentir orgullosa de ser católica»

«Humildad», «respeto», «emoción» y «paz». Ese es el aliento que los familiares de las víctimas del 11S reciben de Francisco en su visita al lugar del peor atentado de la historia de EE.UU

«El Papa me hace sentir orgullosa de ser católica» reuters

javier ansorena

Para ver al Papa hay que levantarse cuando todavía no se han puesto las calles de Nueva York , con sus aceras descuidadas y con motas de chicles secos. El taxista, de El Salvador, no quiere ni oír hablar de ir a Manhattan cuando ya sea de día y la caravana del Papa Francisco se alinee con las de los grandes líderes mundiales para convertir buena parte de la isla en una ratonera. Pero si hay que ir, regateará al tráfico, como Mágico González en el Cádiz.

No hay rastro de embotellamiento en el World Trade Center , uno de los destinos del pontífice en su visita a Nueva York, porque toda la zona -las fuentes en la huella de las Torres Gemelas, la plaza pública y la entrada al museo y memorial de los atentados del 11-S- está cerrada al tráfico y al público desde el día anterior.

La explanada tiene un aire desangelado -solo han dejado entrar a mil personas de la comunidad de afectados por los atentados-, en una mañana de luz apagada, muy distinta a la pureza del cielo azul cuando los terroristas impactaron con sus aviones en las Torres Gemelas. La emoción, sin embargo, se desborda ante los recuerdos y la inminente llegada del papa.

Kelly Gray ha madrugado en Bay Ridge, una esquina de Brooklyn, para llegar hasta lo que fue la Zona Cero. Le caen lágrimas como garbanzos en cuanto empieza a hablar de su cuñado, Christopher, al que el atentado le pilló en su oficina de la financiera Cantor Fitzgerald. «La visita del Papa es una lección de humildad, tiene mucha importancia para mí, me hace sentirme orgullosa de ser católica. Su respeto por las víctimas es emocionante», dice en la primera fila de la valla, pegada a su marido.

A su lado se amontonan otros familiares, con camisetas que reivindican la memoria de las víctimas, con emblemas de la policía de la ciudad o de los equipos de emergencia. Llevan fotos del hijo caído, colgantes con la imagen del marido que no regresó a casa, muñecas envueltas en rosarios y flores que después pondrán en los nombres de sus familiares, en las placas que rodean las fuentes del memorial.

Albert Petrocelli vivió la tragedia de cerca. Vestido con el uniforme de gala del cuerpo de bomberos, recuerda como aquella mañana de septiembre de 2001, como miembro de la compañía número 105 de Brooklyn, acudió a la Zona Cero tras el desplome de las Torres Gemelas. Colaboró en el rescate sabiendo que su hermano Mark trabajaba como «broker» de materias primas en la torre Norte. Después le confirmaron que perdió la vida. Agacha la cabeza y tarda varios segundos en responder cuando se le pregunta qué significa para su duelo la visita de Francisco. «El Papa trae espiritualidad a este lugar, es una ayuda para encontrar la paz interior», dice, por fin. A Petrocelli le gusta el aspecto que tiene el memoria de los atentados y el museo que los recuerda, pero añade que «el espíritu de reconstrucción y de unidad que se vio en Nueva York las semanas posteriores a los ataques se ha perdido».

No vivieron nada de aquello Mary, ni su hijo Chase, con un acné que delata su adolescencia. Tenía dos años cuando su madrina y tía, Kathleen Farragher, viajó desde Denver a Nueva York por trabajo. Era una visita casi relámpago, de dos días, y en la mañana del segundo, un 11 de septiembre, tenía una reunión en el World Trade Center. «Estos actos me ayudan a entender mejor lo que pasé», dice Chase con timidez. «Que venga el Papa es muy importante para nosotros y para nuestra fe, que ha tenido subidas y bajadas desde la muerte de mi hermana», añade Mary.

Nunca se identificaron los restos de Kathleen. Tampoco los de Jean, la hija de Thomas Rogér, que era azafata en primera clase del vuelo 11 de American Airlines, el primero en impactar contra las torres. Rogér, miembro de una de las diez familias a las que el Papa saluda al llegar al memorial, cree que Jean pudo ser una de las primeras personas en conocer el atentado terrorista. No es católico, pero tiene los ojos enrojecidos de la emoción, y le cuesta encontrar las palabras de agradecimiento a Francisco por este «tremendo tributo».

Hay tan poca gente para la inmensidad del espacio que, cuando llega el Papa, se oye cada grito de los familiares presentes. «¡Francisco, Francisco!», «¡Danos tu bendición, por favor!». El Papa, acompañado del cardenal neoyorquino Timothy Dolan, encuentra la calma ante el ajetreo que le envuelve estos días, se para delante de la fuente Sur, reza ante los nombres de las víctimas, deposita flores, saluda a un grupo de familiares de víctimas y a las autoridades -el alcalde, Bill de Blasio ; su sucesor, Michael Bloomberg; el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo - y baja a los cimientos de las Torres Gemelas para un acto interreligioso cerca de las restos no identificados del atentado.

«El 11-S fue algo que puso a prueba nuestra fe . Pero la forma en la que Nueva York reaccionó de manera unida contra el ataque también la restauró», dice Kelly Gray.

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