«Neorrurales», una vida alternativa con la naturaleza como único botiquín
Son los nuevos hippies: consumen alimentos biológicos y apuestan por la medicina natural, sin vacunas ni antibióticos
Oriana lleva años liberada de la dictadura del reloj. Por la mañana, cuando amanece, es su hija Munai, que cumplirá tres años en julio, la que le despierta. «Viene a mi cama cuando ya no tiene más sueño y entonces nos levantamos», explica la joven. En Tortellà, una pequeña población de 700 habitantes cercana a Olot (Gerona) en la que reside junto a su pequeña y su compañero, el tiempo parece haberse detenido. Su jornada fluye despacio, sin estrés, a un ritmo que marcan ella y su hija. «Decidimos qué hacer sobre la marcha, se trata de disfrutar y de no hacer imposiciones» dice la madre.
Su vida no siempre fue así. Oriana vivió el estrés de Barcelona, el ritmo frenético de la ciudad. Estudió la carrera de Química y fue en esos años, coincidiendo con la etapa universitaria, cuando despertó su interés por la agroecología. «Siempre he sido muy consciente de lo que como. La alimentación es importantísima», dice la joven barcelonesa, que a los 20 años decidió dar el salto a un entorno rural para «salir de la vorágine urbana y vivir una vida diferente». Se fue primero a Collserola (Barcelona) y luego a la comarca gerundense de La Garrotxa, donde vive actualmente. Ahora, en Tortellà lleva la vida que ella ha escogido, una vida «alternativa» y «natural».
Uno de los puntales de su nueva existencia es la alimentación. En este sentido, se limita, según dice, a seguir la máxima de Hipócrates: «Que el alimento sea tu medicamento». «Todo el mundo lo sabe, no es nada nuevo. Somos lo que comemos», apunta Oriana. Por esa razón, ella y su familia solo consumen productos ecológicos, de la zona, sin pesticidas. «Si comes bien, tienes más probabilidades de no enfermar», asegura.
Cuando aparecen problemas de salud su primera opción son siempre los remedios naturales. «Si mi hija está resfriada le doy infusiones, própoli u otras hierbas medicinales. También uso la homeopatía», dice Oriana. Solo en casos extremos recurre a la medicina convencional.
La familia de Olot
Rigiéndose por esta lógica, esta madre no ha vacunado a su hija. «Era demasiado pequeña y frágil para vacunarla. No quise», afirma, aunque no descarta aplicarle, por ejemplo, la vacuna antitetánica «si un día lo requiere». Aludiendo al desafortunado caso del menor de Olot con difteria, que sigue ingresado en la UCI del Hospital del Vall d’Hebron de Barcelona «estable dentro de la gravedad» , Oriana dice: «No se puede criminalizar a nadie. Lo de vacunar a tus hijos es una opción libre y respetable de cada familia».
Su estilo de vida está también alejado de la escuela convencional. «Cuando Munai crezca probablemente la llevaré a una escuela libre», avanza. Por ahora, ella y otras madres que comparten su filosofía se reúnen cada martes con sus respectivos hijos en un entorno natural, próximo a una masía, donde «acompañan» a sus pequeños.
«Vivir mejor con menos»
Una habitual de estos encuentros es Núria. Ella también saltó al campo de la ciudad. «Viví hasta los 16 años en Molins de Rei (Barcelona) y luego pasé una temporada provisional empleada en una casa de agroturismo, aunque trabajaba mucho y me dí cuenta que lo único que había hecho era cambiar el estrés urbano por estrés rural», dice la joven, que también recaló junto a su pareja en esta pequeña localidad de La Garrotxa en busca de tranquilidad. Ahora, disfruta al máximo de su pequeña Nura, de solo ocho meses. «Me dedico en exclusiva a criarla y eso para mí es todo un lujo», apunta.
Lo hace en un entorno natural, en una casita con jardin y un pequeño huerto. «Esto en Barcelona no podría hacerlo, vivir así sería carísimo», dice. Se ha dado cuenta de que se puede «vivir mejor con menos». La medicina natural es también su primera opción cuando hay problemas de salud. «Si mi pequeña tiene fiebre, primero intento rebajarla con un baño», explica la joven. No obstante, y aunque pueda parecer contrario a su opción vital, vacunó a su pequeña. «Nació con muy poco peso y estaba realmente preocupada. No estoy contenta con la decisión pero creo que si no la hubiera vacunado tampoco estaría del todo satisfecha, es difícil», añade la madre, que se muestra partidaria de abrir un debate serio sobre la vacunación , al margen de todo tipo de intereses.
Fina B., de 52 años y madre de Maria y Roger, lleva también una vida en comunión con la naturaleza. Se separó del padre de sus hijos hace años y desde entonces vive en Tiana (Barcelona), en medio del campo, en una casa con gallinas y conejos, donde cultiva una pequeña viña. Su estilo de vida es parecido al de Núria y Oriana. También aboga por un modelo educativo menos dirigido que el convencional «que funcione a base de proyectos pedagógicos que fomenten la participación y el respeto a los mayores». De hecho, durante los ocho años que residió con su ex pareja en Ogassa, un pequeño municipio de la comarca del Ripollès (Gerona), sus hijos acudieron a una de estas escuelas. Fina está convencida de su opción de vida y es el modelo que intenta proyectar en sus hijos. «Me he dedicado a ellos, a su educación y creo que me ha salido bien».
«Mi botiquín está desierto. Por eso cuando mi hija me pide algo para el dolor menstrual le sugiero que utilice trapos calientes para aliviarse, antes de recurrir al ibuprofeno», señala la madre. Pese a sus convicciones, vacunó a sus pequeños, decisión de la que, según dice, se arrepiente ahora. «Les vacuné porque presionó mi pareja, yo no lo hubiera hecho y ahora no lo haría», afirma. A su juicio, el debate abierto por la infección del menor de Olot «está desvirtuado». «Ha salido en todos los medios pese a ser un caso excepcional porque no ocurría desde hace treinta años. Sin embargo, no han trascendido los efectos, en algunos casos, graves que durante todos estos años han tenido las vacunaciones en todo el mundo». Recuerda, entre ellos, uno próximo: «El hijo de una conocida mía ha desarrollado un cierto retraso en el aprendizaje a raíz de una vacuna. Su madre está convencida de que ha sido causa-efecto, pero no ha podido demostrarse».
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