El calvario de Carla en el colegio: «La llamaban bizca y bollera y le tiraban agua»
El caso del suicidio de la joven alumna del colegio Santo Ángel de Gijón se salda con la condena a seis meses de trabajos sociales de las dos menores que la acosaron
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«No puedo estar satisfecha. Se ha muerto mi hija...». Montserrat Magnien considera que la condena a las dos compañeras de Carla es «lo justo, pero aún queda mucho por hacer y mucha gente por pagar». «Esto es solo el principio del camino, pero hay más responsables», aseguraba ayer. Se refería a la dirección del centro educativo en el que su hija de 14 años cursaba sus estudios y donde, asegura, «eran conocedores del acoso escolar a la que estaba sometida desde hacía tiempo».
Desde aquel fatídico 11 de abril de 2013 en que la joven de 14 años se tiró al mar desde el barrio de la Providencia , su familia no ha vuelto a tener contacto alguno con la comunidad del colegio Santo Ángel. «Lo único que supe de ellos fue a través de un mensaje de texto al móvil que me envió la directora para darme el pésame. No he sabido nada más», asegura la madre.
Ayer, las dos menores que empujaron a Carla al suicidio asumieron su culpa, lo confesaron todo y firmaron el escrito de conformidad con la Fiscalía de Menores por el cual se les condena a cuatro meses de tareas socioeducativas «orientadas a mejorar la empatía, el control de los impulsos y la asunción de las consecuencias de sus actos». Las adolescentes expedientadas son dos, si bien la denuncia que la familia de la víctima presentó incluía también como responsable a una tercera menor, quien por no superar los 14 años está considerada inimputable. Precisamente esa edad tenía Carla cuando se arrojó a un acantilado desde el parque de San Lorenzo.
El escrito de conformidad al que se ha llegado describe el calvario por el que pasó su hija: «A finales de 2012 comenzó a tener problemas en sus relaciones con sus compañeros de clase, principalmente porque algunas alumnas se burlaban de ella por un ligero defecto de estrabismo que padecía o porque se había divulgado en el centro que había tenido una relación con otra chica».
No solo recibía insultos de palabra, también a través de las redes sociales, donde las ahora expedientadas le decían cosas como «Topacio, un ojo para aquí y otro mirando para el espacio», o compartían un dibujo bizco al que llamaban Carla.
«Los incidentes fueron en aumento en el primer trimestre de 2013, siendo varias las alumnas que, ante la indiferencia de la mayoría de los demás compañeros, aprovechaban los momentos de recreo para mofarse reiteradamente de ella, e incluso incitaban a otras alumnas a secundarlas», explica el fiscal de Menores , quien abunda en la complicada situación que sufrió la menor, a quien «cuando estaban ociosas o por simple diversión» se dirigían con términos como «bollera o virola». «En al menos dos ocasiones la siguieron hasta el baño, obligándola a encerrarse en el retrete para esconderse de ellas y le arrojaron agua por encima de la puerta, Carla empezó a sentirse atemorizada, temiendo ser agredida si encontraba a esas personas fuera del centro escolar, por lo que llegó a pedirle a su hermana que fuera a buscarla a la salida del colegio».
La madre de la pequeña no quiere que el centro pague por la muerte de su hija, sino que luchará para que se reforme la Ley del Menor. «No quiero que ninguna familia vuelva a pasar por lo que hemos pasado nosotros. Hay que ser tajante a la hora de acabar con el acoso escolar. En los colegios no se puede hacer la vista gorda», comenta. «Esta sentencia demuestra que yo no estoy loca y, aunque sea una pena ridícula, demuestra que la familia teníamos razón, que Carla vivió una situación desesperante en el colegio que la llevó a hacer lo que hizo», añade.