medio ambiente

El «oro» que no quiere España

Nuestro país se resiste a explotar yacimientos de minerales y recursos energéticos a día de hoy indispensables para el desarrollo tecnológico

El «oro» que no quiere España félix ordóñez

alejandro carra

Encontrar oro, o petróleo, siempre se había considerado un golpe de suerte. En España, no está tan claro. «Estados Unidos, Canadá o Australia consideran que un yacimiento mineral es una oportunidad; aquí se ve como un problema», dice Mar Corral Lledó, directora de investigación del Instituto Geológico y Minero de España ( IGME ).

Ahí están los recientes ejemplos del oro gallego de Corcoesto (con los informes medioambientales aprobados y la explotación denegada por la Xunta por no reunir las condiciones financieras) o el asturiano de Salave (enredado en discrepancias entre administraciones sobre el proceso de las declaraciones de impacto medioambiental).

Y no solo es la minería del oro. También hay enfrentamientos a cuenta del gas no convencional en Cantabria o Navarra (dos de las comunidades que han intentado prohibir en su suelo el «fracking » y que ha frenado el Tribunal Constitucional), del petróleo en Canarias (sobre cuya futura explotación ha planteado el gobierno autonómico nada menos que un referéndum ) o de Baleares (donde las plataformas ecologistas han recabado decenas de miles de firmas incluso de turistas extranjeros para evitarlo). Similar oposición han encontrado l as explotaciones en Cáceres y Salamanca de uranio (que en Europa solo hay aquí); o la magnesita de Soria y el cobre de Sevilla.

En España, explica Corral Lledó, «se paran muchos más proyectos que en el resto de Europa, y no solo por los grupos ecologistas. Otras veces son los vecinos o los ayuntamientos. Aunque los recursos del subsuelo son propiedad de todos los españoles, no de quienes están sobre ellos, en el periodo de alegaciones, se puede retrasar un proyecto hasta hacer desistir a la empresa. Incluso si todo va bien, pasar por tres administraciones, es un obstáculo considerable». En Europa, por el contrario, concluye Corral, «los países nórdicos están haciendo una potente campaña para que se reconozca la importancia de su minería porque se han dado cuenta de que si explotas un yacimiento en tu país, la riqueza se queda en él».

La realidad, sin embargo, es la que es. España compra fuera la mayor parte de las materias primas y energéticas que su industria y su sociedad le demandan. «Todo es minería», dice tajante Juan Locutura, jefe del área de Recursos Minerales del IGME. «Es imposible prescindir de los metales. Están en todos los procesos industriales y en el medio en que vivimos. Forman parte de la pluma con la que está tomando usted notas o del papel en el que lo hace, que lleva una fina capa de una arcilla especial... de todo lo que nos rodea ahora mismo. También del cemento de las paredes de los hospitales que llevan bario para proteger de los rayos X».

Materias críticas

Y no solo necesitamos minerales. España importa tres cuartas partes de la energía que consume, lo que nos convierte en el país de la OCDE más dependiente . Solo en hidrocarburos gastamos 100 millones de euros diarios. Pero la dependencia también afecta a la UE. En 2010 la Comisión Europea elaboró un documento en el que se identificaban las «materias críticas» para su desarrollo industrial.

En la lista figuraban sustancias como el wolframio, el cobalto, el cobre, las magnesitas, el antimonio, el litio (imprescindible para las baterías de los motores híbridos) y otras de llamativo nombre, Tierras Raras , e inquietante dependencia. Santiago Martín Alfageme, jefe del Gabinete técnico del IGME explica que «ahora que se habla del potencial de las economías bajas en emisiones de CO2, nos encontramos con que, por ejemplo, cada aerogenerador lleva de media 10 kilogramos de neodimio». Esta Tierra Rara, como las otras 17 de la tabla periódica, es vital para nuestro desarrollo. El terbio, por ejemplo, se necesita para las bombillas de bajo consumo, el erbio para la fibra óptica, el europio para las pantallas planas y el gadolinio para los discos compactos. Y todo esto lo importamos en un 90% de China, que en 2010 cortó temporalmente el suministro , haciendo temblar a la industria tecnológica.

«La mayoría de estos materiales raros -explica Locutura- son subproductos de los procesos de fusión o hidrometalúrgicos con los que se recuperan metales como el cobre o el zinc tras su extracción. Las cantidades en las que están en el subsuelo son tan pequeñas que resulta impensable, por dificultad y costos, buscarlas específicamente. Pero si no hay ninguna minería, no aparecerán nunca. Y los yacimientos europeos están en el sur», concluye.

Al ser tan complicado explotar las Tierras Raras aquí, las grandes empresas mineras acaban extrayéndolas en países que no cumplen los elevados requisitos medioambientales y de seguridad exigidos en la UE. Es lo que los americanos llaman efecto «Nimby» (Not In My Back Yard, no en mi patio trasero), puntualiza Adolfo Rodríguez González, decano-presidente del Consejo Superior de Colegios de Ingenieros de Minas. «No se quiere que la mina esté cerca, aunque luego se utilicen los productos que saquen de ellas. Pero no es ético que los problemas los soporten los países menos desarrollados y que los beneficios los disfrutemos los más desarrollados. Cuando se menciona la palabra minería, automáticamente se piensa en accidentes y contaminación. Y esta idea no corresponde con la minería actual, que se desarrolla bajo estrictos controles de seguridad».

No solo es una cuestión ética. Y Martín Alfageme remite a «todo el dolor que en África han causado los diamantes de sangre o las guerras alimentadas por el dinero del coltán , tan necesario para la telefonía móvil». También es un tema de pragmatismo. «Los yacimientos minerales, antes de explotarse, ya contaminan al alterarse lentamente si están cerca de la superficie. Si Riotinto se llama así, es por algo», explica Corral Lledó. «La minería solo potencia esa contaminación si se hace mal. Hoy en día, restaurar una explotación es posible».

Desde Ecologistas en Acción , la visión es distinta. Rodrigo Irurzun, coordinador del área de energía y cambio climático, defiende que «no tienen sentido este tipo de esfuerzos por el impacto que suponen. Cuanto más difícil es la extracción, más riesgo hay de fugas. Además, el modelo de negocio es perverso . Si no hay problema, las empresas se llevan las ganancias, y si ocurre el desastre, es el Estado el que termina pagando».

El argumento de la independencia energética tampoco les convence. «Aunque todas las reservas que se dice que hay en Canarias o Baleares fueran recuperables, no nos haría independientes energéticamente porque solo cubrirían un 15% de la demanda durante 10 o 20 años. Lo que hay que hacer es transitar hacia otro modelo y apostar por lo que tenemos aquí, las renovables. Y por el diseño de productos pensados para poder reciclarse. Cuanto más tarde hagamos esa transición, más caro será», concluye Irurzun.

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