Mussolini pide tiempo, 6-10-1939

La división en el régimen fascista italiano ante la posibilidad de entrar en guerra al lado de Alemania, a pesar de las contundentes victorias de la ‘Wehrmacht’, persistirá hasta que la derrota de Francia haga suponer a ‘Il Duce’ que la contienda está decidida

Mussolini pide tiempo, 6-10-1939 ARCHIVO

Víctor Javier García Molina

La postura de Mussolini frente a la guerra, de momento europea, entre Alemania y los aliados (Francia, Gran Bretaña y Polonia) pasó por diferentes fases. Aunque formalmente aliado de Berlín tras la firma del que sería denominado Pacto de Acero en 22 de mayo de 1939, el Reino de Italia se declara formalmente no beligerante al inicio de las hostilidades.

Tanto la falta de preparación del ejército y de la economía del país como las propias dudas de los más destacados miembros del gobierno ―Mussolini, entre ellos, y, principalmente, el Conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores y yerno del Duce― llevan a la Italia fascista a mantenerse al margen de la contienda durante los primeros meses de la guerra. Una posición en la que coinciden los principales mandos militares italianos.

Razones internas aparte, el Pacto Molotov-Ribbentrop, hecho público justo una semana antes del inicio de las hostilidades, causa sorpresa y estupor entre los dirigentes italianos, profundamente anticomunistas. Pero aún sienta peor en las altas instancias de Roma que dicho pacto lleve a la inmediata agresión y reparto de un país eminentemente católico como Polonia, con sus innegables repercusiones en la opinión pública italiana, en la que los católicos son una gran mayoría.

La relación de Mussolini con Hitler, y por ende entre sus dos países, aunque formal y aparentemente de pleno entendimiento, deja entrever la desconfianza que el dictador italiano siente por su homólogo austro-alemán. El temor a un crecimiento desmesurado del poder militar y de la influencia del régimen nazi, que deje a Italia en un papel de subordinación ―como un satélite germano―, es creciente en Mussolini. Durante la Crisis de Agosto, que precede a la ruptura de las hostilidades, el dictador italiano, al igual que durante la crisis de 1938, previa a los acuerdos de Múnich, se presenta a sí mismo y ante los ojos de la comunidad internacional como un hombre de paz (a pesar de las numerosas agresiones cometidas por la Italia fascista: Abisinia, intervención en la Guerra Civil española, ocupación de Albania…).

Il Duce se apresura a realizar gestiones para la convocatoria de una nueva conferencia internacional, remedo de la de Múnich. Y si bien Hitler accede a reunirse con el embajador polaco Josef Lipsky el 31 de agosto de 1939, horas antes de que dé comienzo la guerra, el fracaso del encuentro es evidente desde aún antes de producirse. Hitler ya ha decidido hace tiempo su apuesta por la guerra.

A principios de octubre (el día 6), tras el fin de las operaciones en Polonia, Mussolini vuelve a pedir tiempo para unir sus tropas a la Wehrmacht, declarando que tardará un mínimo de seis meses en estar militar y económicamente preparado para ello. Y ya en 1940, a pesar de las espectaculares victorias germanas en Polonia, Dinamarca y Noruega, no pocos gerifaltes fascistas seguirán expresando sus dudas sobre la conveniencia de mantener la alianza con Hitler. Italo Balbo y el conde Ciano, entre otros, consideraban que, incluso en el caso de que Alemania ganase la guerra, el status de Italia sería el de un mero títere de los intereses germanos.

A pesar de todo ello, Mussolini se dejó finalmente seducir por la aparente invencibilidad de las legiones de Hitler y, viendo en la derrota de Francia y del Cuerpo Expedicionario Británico en mayo de 1940 la oportunidad de una casi incruenta victoria y la posibilidad de engrandecer “su” Nuevo Imperio Romano sin más que “poner unos pocos miles de muertos encima de mesa”, decide involucrar a Italia en una guerra que significará a la postre su propio fin, el de su régimen y el de su imperio.

Mussolini pide tiempo, 6-10-1939

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