Los pacientes de sida también envejecen
La cronificación de la enfermedad ha relajado la cautela en los grupos más sensibles, algo que complica bajar de 3.000 infectados cada año
Manolo es un caso raro. Se infectó por VIH en 1983, muy joven, cuando apenas se sabía nada de la enfermedad. Estaba dentro del mundo de las drogas pero su contagio, asegura, fue por vía sexual. «Con mi compañera de entonces. Yo solo le daba a la cocaína, nunca me he pinchado», explica. Durante casi una década ni siquiera tuvo acceso a medicación, aunque ahora asegura que ha pasado por todas -la primera, el AZT, se aprobó en 1987-. Es un superviviente. En estos 30 años, en España han muerto de sida más de 50.000 personas y en el mundo más de 35 millones. Pero también es el ejemplo de una tendencia que crece en los últimos años: la esperanza de vida de los seropositivos se acerca, cada vez más, a la de la población general.
«Todas las publicaciones científicas apuntan a que la esperanza de vida de las personas infectadas por VIH que siguen correctamente el tratamiento antirretroviral está aumentando, y se va aproximando a la media de esperanza de vida», afirma Elena Andradas, directora del Plan Nacional sobre Sida. Las medicinas modernas, explica, son muy eficaces, poco tóxicas -el AZT tenía muchos efectos secundarios- y basta con tomarlas una vez al día. Calculan que, de los 100.000 casos identificados en España, más del 98% sigue las pautas del médico. «Aun así», matiza, «las personas infectadas tienen una probabilidad de muerte mayor que la de la población general». Un estudio reciente en Reino Unido sitúa en 77 años la esperanza de vida de los seropositivos que siguen el tratamiento, un año menos que en la media del país. En España la diferencia es mayor -de alrededor de 70 frente a 82-, pero se acorta cada año.
Aun hoy, la mayoría de pacientes de sida mueren por infecciones oportunistas. Por problemas médicos que un sistema inmunitario sano puede combatir pero el suyo no. «Al principio, cuando me diagnosticaron, pensaba que me quedaban dos telediarios», asegura Manolo. Su médico, dice, lo incluye entre «los viejos guerreros». Tres décadas después de contagiarse, sus problemas de salud -que los tiene- no son los que habitualmente se asocian al VIH. Ni ponen en peligro inminente su vida. Los nuevos medicamentos controlan que su carga viral se mantenga baja y que su recuento de linfocitos CD4 -las células encargadas de señalar y combatir las infecciones y, además, objetivo del ataque del virus- esté lo más alto posible.
«Las causas de muerte entre los pacientes de VIH empiezan a ser muy parecidas a las de la población general. Enfermedades hepáticas, cardiovasculares o cánceres no habitualmente asociados al sida como el colorrectal», afirma Andradas. Ya es posible envejecer con esta infección. El sida, al menos en Occidente, se ha convertido en una enfermedad crónica, pero aún hay 36 millones de infectados en todo el mundo.
Peligros del éxito
«La vida es algo que nos acaba matando a todos», asegura Yayo, otro viejo guerrero. Tiene 62 años y cree que se infectó en 1984, también por vía sexual. «Me lo diagnosticaron en 1991». Está bajo control de los médicos desde entonces y, explica, tiene la enfermedad controlada. «Tengo 700 de CD4 y nada de carga viral», afirma. Por norma general, los doctores tratan de que el recuento de linfocitos esté por encima de las 350 células por microlitros de sangre. Cuenta que una de sus primeras medicaciones le causó una anemia que desembocó en una tuberculosis. Desde 2005, cuenta, necesita oxígeno artificial. «También es cierto que he fumado compulsivamente», reconoce. «Pero si no fuera por esto del oxígeno podría trabajar perfectamente, solo tengo que ir al médico cuatro veces al año». Dos a que le extraigan sangre y otras dos a comentar los resultados de los análisis.
Pero la cronificación de la enfermedad, un éxito en términos médicos y científicos, ha provocado un problema inesperado. La sociedad le ha perdido el miedo al VIH y muchos colectivos han bajado la guardia. Desde hace cuatro años el número de casos nuevos en España se mantiene alrededor de los 3.300. Más de la mitad, por sexo homosexual entre hombres. «Todavía se cometen muchas prácticas de riesgo», explica Jesús Santos, médico especialista en la materia y presidente del Congreso Nacional GeSIDA.
A esta relajación se le suma, además, que el VIH puede no presentar síntomas durante mucho tiempo. Se calcula que, en España, un tercio de los infectados no lo saben y, por tanto, son más proclives a no tomar precauciones. «Si seguimos así, no vamos a frenar la epidemia», afirma Santos. «Si consiguiéramos diagnosticar a tiempo al 90% de los individuos bajaría el número de nuevos casos en muy poco tiempo».
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