Horas antes
Actualizado: GuardarAl andalucista malagueño Ildefonso Dell'Olmo lo han nombrado secretario local del PA de su ciudad horas antes de que entrara este balbuciente verano 2006. Quizá hubiera sido más ajustado al perfil humano del personaje que hubiera logrado el nombramiento casi al filo de iniciarse el abono del ciclo taurino de la Feria de Agosto de Málaga. Incluso tampoco estaríamos ante un dislate si el nombramiento hubiese coincidido con al arranque de la Semana Santa.
Y no crean que estamos folclorizando el perfil de este dirigente andalucista que amenaza con batir todas las marcas de supervivencia en cargos de responsabilidad en la casa andalucista. Ingresó prácticamente como chiquillo de los mandaos y ha visto salir de la casa blanca y verde varias ejecutivas nacionales, no sé cuantas locales, casi todos los dirigentes históricos del partido y ha sobrevivido, como ganador o perdedor, entre tres o cuatro congresos andalucistas.
Porque Dell'Olmo ha descrito radiofónicamente durante años los sucesos de la complejidad cofradiera malagueña, la cosa de la tauromaquia en la Malagueta, mientras que por Sevilla ha repartido abrazos permanentes y palmadas demoledoras incontables en las espaldas de periodistas en precario y de rivales políticos que lo saludaban entre la perplejidad y el recelo ante su más que visible humanidad. Y nadie habrá visto jamás cortado a Dell'Olmo; al contrario, su imagen más repetida es sacando pecho y arqueando las espaldas hacia atrás.
Y no será porque en la corte urbana de la Junta socialista no le han pronosticado mil veces su muerte política. Conoce las intimidades políticas Antonio Ortega y su delfín Javier Aroca, se cuidó siempre de darle las espaldas a Rojas Marcos y sorteó con instinto de supervivencia las dentelladas mediáticas de la gacetillería que remolonea aburrida y angustiada por las galerías, patios y salones de la Cámara de las Cinco Llagas. Ahí está, imperturbable entre Pilar González y Julián Álvarez, convencido de que también volverá a sobrevivir. Una historia para creerla, no para racionalizarla.