Los dos etarras acusados del asesinato de Miguel Ángel Blanco callan desafiantes ante el tribunal
Txapote y Amaia mantuvieron una continua charla entre risas que sólo interrumpieron para jalear a los presos de ETA que acudieron como testigos El fiscal identifica por primera vez a García Gaztelu como el terrorista que disparó contra el concejal de Ermua mientras permanecía maniatado
Actualizado: Guardar«No voy a decir nada, no voy a responder a nada». El ex jefe militar de ETA Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, y su novia Irantzu Gallastegi Sodupe, Amaia, utilizaron idénticas palabras, pronunciadas en euskera, para informar de su negativa a declarar ante el tribunal de la Audiencia Nacional que les juzga por el secuestro y asesinato del concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco. Los dos procesados, para quienes el fiscal pide sendas condenas de 50 años de cárcel, no forzaron su expulsión de la sala -estratagema habitual de los etarras-, pero se mantuvieron en todo momento desafiantes y durante las dos horas de vista no pararon de hablar entre ellos, gesticular y sonreír.
Los dos acusados de asesinar al joven edil popular llegaron incluso a besarse en la boca a pesar de que decenas de ojos les miraban desde fuera de la pecera (celda de cristal blindado), de la sala de vistas de la Audiencia Nacional, donde permanecieron bajo constante custodia policial. Txapote no eludió en ningún momento la mirada de los allegados de Miguel Ángel Blanco, mientras que de vez en cuando acariciaba la pierna de su novia que, a su vez, sonreía y hacía guiños a dos de sus familiares, los únicos entre el más de medio centenar de asistentes a la sesión.
García Gaztelu y Gallastegi ni siquiera pararon de conversar durante los quince minutos que empleó el fiscal del caso, Miguel Ángel Carballo, en la lectura de las preguntas que tenía previsto hacer a los dos acusados. Entre ellas, si es verdad que los procesados «tenían decidido desde el principio» matar a Blanco sabedores de que el Estado nunca iba a responder al ultimátum de acercar los presos de la banda, o si «fueron conscientes del sufrimiento de su víctima durante las 48 horas que estuvo cautivo con la agonía de que se enfrentaba a una muerte segura».
Autor material
Txapote tampoco escuchó al fiscal cuando, por primera vez desde que se abrió la causa penal, le acusó de ser el terrorista que apretó el gatillo aquel 12 de julio de 1997. Según el Ministerio Público, que hasta ahora nunca había identificado con certeza al autor material del asesinato, fue García Gaztelu quien, con una Beretta del calibre 22, disparó dos veces a bocajarro en la cabeza del edil. Mientras, su compañero de comando José Luis Geresta Múgica (ya fallecido), sujetaba a la víctima, que permanecía maniatada, y Amaia esperaba en el coche en labores de vigilancia en las inmediaciones de la pista forestal de Lasarte (Guipúzcoa) donde fue asesinado el político del PP.
Las continuas miradas desafiantes de Txapote provocaron los insultos del público, que arreciaron durante las comparecencias de los cuatro etarras que fueron llevados a la sala como testigos de la Fiscalía. Los dos procesados sólo interrumpieron su charla para saludar, con el puño derecho en alto, a sus correligionarios, a los que jalearon con gritos como «¿Aupa, la hostia!» y lanzaron besos.
Ibón Muñoa, el colaborador del comando Donosti que escondió a los dos procesados en su casa, fue el único que consintió en responder a las preguntas del fiscal, aunque fue para decir que no se acordaba de nada de sus anteriores declaraciones y asegurar que sus confesiones fueron obtenidas bajo tortura.
Kepa Etxebarria, Sebastián Lasa y Gregorio Escudero -los otros tres etarras llevados ayer a la Audiencia Nacional para testificar contra Txapote y Amaia-, se negaron a responder a las preguntas. Los gestos, saludos y vítores de los etarras fueron contestados por los asistentes con gritos de «hijos de puta» y «¿asesinos!».
Tensión
Uno de los momentos más tensos se produjo cuando Escudero, al que el fiscal recriminó su falta de compostura, espetó al tribunal: «¿Yo me comporto como quiero!». Los dos cabecillas etarras le despidieron con gritos de «¿Venga Goyo!» y el público volvió a dedicarles palabras malsonantes.
Otras once personas -todas protegidas tras una cortina-, prestaron declaración ayer, entre ellas la propia madre del concejal asesinado, Consuelo Garrido, que confirmó las rutinas horarias de su hijo. El resto de los testigos fueron policías, ertzainas y abogados que insistieron en que ninguna de las declaraciones de los cuatro etarras que inculparon a los dos procesados fue obtenida bajo torturas.
El final de la sesión fue igualmente tenso. Al terminar la vista, dos personas que asistieron al juicio como público se quitaron las camisas para dejar ver sendas camisetas con la foto del edil asesinato y la leyenda «condenas completas para sus asesinos». Ambos se aproximaron al cristal blindado en el momento en que esposaban a Txapote para devolverlo a los calabozos. Comenzaron a increparle; el ex jefe etarra les aguantó la mirada, murmuró algo entre dientes y les dedicó una sonrisa displicente.
Banderas y pancartas
Durante toda la mañana, un centenar de personas convocadas por el Foro de Ermua, la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) y las juventudes del PP permanecieron concentradas en las inmediaciones de la Audiencia Nacional en apoyo a la familia de Miguel Ángel Blanco.
Fotos del edil, banderas españolas y pancartas contra la negociación con la banda terrorista ETA se alternaron con consignas contra el Gobierno e insultos a los medios de comunicación.
El fuerte despliegue de la policía, que incluyó medio centenar de agentes antidisturbios y una unidad de caballería, impidió incidentes, que pudieron producirse sobre todo cuando los congregados recibieron a gritos al autobús que trasladaba a los etarras desde la cárcel al tribunal central.