Metástasis en el corazón
Actualizado: GuardarYa se produjo la noticia que llevaban regurgitando hace semanas, la que parecían desear de puro adelantarla, la que parecía importarles poco de tanto detallarla. Por si alguien tenía alguna duda, Rocío Jurado murió. No había otra. Era una cuestión de tiempo y parecía lo más prudente dejarlo pasar en silencio, con respeto, pero han sido demasiados los empeñados en contarlo minuto a minuto, como si cada cual no fuera capaz de imaginar lo que pasaba dentro de esa casa, que vino a ser lo que pasa siempre en estos casos.
Una vez confirmado, su fallecimiento admite tres tipos de análisis. El primero es el personal, que sólo compete a sus familiares, amigos y allegados. En ese apartado, su muerte es como todas las que se produjeron antes de ayer, ayer, como las que acontecen hoy o las que llegarán mañana: un golpe particular, personal y emocional tremendo pero que sólo afecta a los que la querían, que nadie más puede entender ni hacer suyo, aunque lo intente.
El segundo punto de vista es el musical. Los expertos han glosado ya lo que supuso para la copla, los aficionados más racionales la pondrán en lugar preferente y conservarán lo mejor de su trabajo para la posteridad. Fue una figura histórica para la canción popular en España y sus admiradores han sufrido el porcentaje de dolor que corresponde al que pierde un ídolo, una voz querida que acompañó momentos de la vida de cada seguidor.
Esa gente anónima, mucha, ha dado grandes muestras de una elegante fidelidad, de una inteligente admiración que ha permitido contemplar públicas muestras de aprecio dentro de un clima de respeto impresionante, incluso inusual cuando de tal muchedumbre se trata.
El tercer apartado del análisis, quizás el que más comentarios ha suscitado, es el tratamiento que los medios de comunicación han dedicado al suceso y, sobre todo, a la agonía. Para establecer un criterio de comparación, ayuda bastante recordar la muerte de otra figura de similar talla: Lola Flores. Sucedió en 1995. Han pasado casi 11 años y los medios de comunicación se han multiplicado en cantidad y mezquindad.
Diez años son muchos
Si se comparan los minutos dedicados en televisión a una y otra muerte, resulta evidente que la última etapa de la enfermedad de la jerezana transcurrió en la intimidad de la familia, sin medio centenar de cámaras de televisión a la puerta de su casa intentando transmitir la evidencia: que iba a morir más pronto que tarde.
Diez años después, el mismo trance -pero vivido por Rocío Jurado y los suyos- ha servido para retratar el nivel de indignidad, precariedad e infamia en el que se han instalado buena parte de los medios de comunicación españoles. No es que lo diga nadie, es que ya está admitido. Un debate radiofónico entre jefes de informativos o secciones de TVE, Antena 3, Cadena Ser y La Vanguardia sirvió para que los propios responsables de los noticieros admitieran que «se observa una especie de contagio. En vez de conseguir que los programas sensacionalistas se acerquen al rigor, hay una especie de inercia que lleva a los informativos y periódicos convencionales a usar recursos de la prensa rosa», llegó a decir Fran Llorente. Todos aseguraban que su propio medio había tratado la noticia en su justa medida, pero cada uno se espantaba con el tratamiento que se le daban casi todos los demás.
La reproducción del buitre
Al margen de la capacidad de autocrítica de cada uno, el diagnóstico era unánime. Si lo dicen profesionales de esa talla, si se escucha a cada paso en la calle, será que la sensación general tiene algo de certera. Los niveles de chapuza, estupidez, obviedad, difamación y falta de respeto que desde hace unos años crece en demasiados programas de demasiadas empresas parece contagiar al resto, pese a que muchos confiaban en que sucediera lo contrario. La prensa del corazón provoca una especie de metástasis en el resto de medios, en algunos, y traspasa sus peores modos. De hecho, en la calle, la gente empieza a tratar a todo el que se declare periodista como a un paparazzi, como a un buitre insensible que sólo quiere repetir, detallar o inventar las desgracias ajenas porque se gana la vida contándolas. A la vista de lo sucedido en los últimos días, igual no van tan descaminados. El periodismo de ventanilla de coche se ha instalado con una opción mayoritaria.
Lo nunca visto
Sólo desde esa teoría del contagio se pueden explicar tantos despropósitos. Nunca antes se había visto que una ministra o que el alcalde de una gran ciudad den por bueno un rumor -con la de asesores bien pagados que tienen para que les digan lo que es cierto y lo que no- para darlos por bueno y contribuir a expandirlo con sus comentarios. Nunca antes se había visto que varios medios de comunicación cometieran errores tan gruesos como anunciar infartos inexistentes o muertes que no se han producido sin que suceda absolutamente nada. Jamás se habían producido tantas conexiones en directo para contar nada. Resulta difícil recordar otro momento en el que tantos corresponsales tuvieran tanta prisa por adelantarse para dar una noticia previsible, evidente, inevitable. Iba a morir pronto y, en vez de dejarla en paz hasta que llegara el momento, todos se empeñaban en decir «todavía no, pero seguimos aquí». Como podrá observar cualquiera, esa tarea periodística tiene un enorme mérito y una indiscutible utilidad para el ciudadano. En la ceremonia han participado casi todos los medios -éste también, seguramente- sin ningún rubor, con la decisión del que hace lo que debe, sin atisbo de un debate necesario y previo.
Pero nunca pasa nada
Como otros casos precedentes han servido para demostrar que todas las fronteras morales han sido derribadas, nada impide pensar que los mismos pseudoperiodistas que fingían pesar ante la muerte de la chipionera, desglosarán en unos días todo tipo de trapos sucios de su vida, sin importarles que la presunta protagonista esté muerta y ya no pueda defenderse. Cabe preguntarse por qué cada vez hay más medios que practican ese irreverente y frenético estilo periodístico, por qué cada vez más jefes de más empresas piden a sus profesionales que preparen, anticipen y detalles noticias que, en realidad, consisten en el mismo titular («Su estado de salud ha empeorado» o «ha muerto») una y otra vez, durante días y días. Cabe pensar que si esos ejecutivos apóstoles del capital impulsan esas prácticas -que justifican con lugares comunes como «eso es lo que le interesa a la gente», «eso es periodismo», «son personajes públicos» o «es lo que vende»- será porque cada vez tienen más clientela, ya que sólo se rigen por balances e informes de beneficios.
Si cada vez dan más porque cada vez se consume más, entonces el análisis y la autocrítica tendrán que hacerla, también, los que se encuentran al otro lado del televisor, el periódico y la revista para saber qué les está pasando en la cabeza, para entender hasta qué punto ha degenerado la sociedad española en los últimos diez años, los que van entre la muerte de Lola y la de Rocío.
Otras formas de respeto
Para destacar aspectos positivos, parece de justicia resaltar la tarea de un hombre discreto, alérgico a los halagos pero que ha desarrollado una espléndida labor en los días de luto provincial. Antonio Sancho es el responsable de protocolo en la Diputación Provincial. Pasa por ser uno de los mejores profesionales españoles en su especialidad y así ejerce en cursos, congresos y encuentros. Durante las horas complicadas del duelo y el traslado del féretro a la provincia, fue uno de los responsables de que todo sucediera cuando y como debía. Apenas hubo retrasos, ni aglomeraciones, ni olvidos o complicaciones, ni faltas de consideración. Todo sucedió en tiempo y forma gracias a él y a otros como él. El cariño también se puede transmitir cumpliendo de forma exacta con la opaca tarea que cada cual tiene encomendada. Si en la provincia hubiera 5.000 personas que se tomaran su trabajo como Sancho, igual Cádiz tenía el nivel socioeconómico de Finlandia.
Aún queda música
Sin salir del homenaje a los artistas de la copla y la canción, un periodista gaditano prepara una biografía musical sobre un creador humilde, pero de trascendencia ascendente: el portuense Javier Ruibal. El proyecto cuenta con el respaldo de la mayor editorial afincada en Andalucía. La superstición y la consideración hacen que ninguna de las partes quiera confirmar la iniciativa. En julio se hará oficial.
La casa del flamenco
El proyecto que parece de inminente y feliz confirmación es el del Centro Flamenco de la Merced, en Santa María. Con un año de retraso respecto a su fecha de inauguración prevista, el más jondo de los barrios gaditanos tendrá el equipamiento prometido. Es cuestión de días. Ojalá que el apoyo de Unicaja, el compromiso institucional y el afán flamenco le den el uso que la tradición gaditana merece. Ya que los actos de homenaje a Enrique el Mellizo en su centenario han pasado algo desapercibidos, podría ser buena idea bautizar el edificio con ese nombre.
El cosito, qué cosita
Los que quieran comprender los niveles de cutrez que Cádiz es capaz de alcanzar todavía pueden observar ya la plaza de toros portátil que se ha instalado en un solar ubicado en la Avenida de Las Cortes, frente a El Corte Inglés. Si esa era la recuperación de una tradición perdida hace 40 años, si esa es la fórmula para reactivar la afición local, si esas son las herramientas para evitar que el toreo sea una afición de puretas... apañados vamos.