MUNDO

«¿Qué sabrán ellos?»

Los indonesios que viven cerca del volcán Merapi se niegan a ser evacuados

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A tan sólo treinta kilómetros escasos de la zona devastada por el terremoto, en Java acecha otro desastre natural en potencia: el Merapi, el más peligroso de los 129 volcanes activos de Indonesia. Mientras el archipiélago continúa sumido en la desolación provocada por el seísmo, cuyo balance de víctimas asciende ya a 5.846 muertos y 22.000 heridos, el peligro de una nueva tragedia pende en el horizonte.

Desde los campamentos dispuestos para los damnificados por el temblor se vislumbra la amenazadora silueta del volcán, cuyo cráter vomita desde hace algo más de un mes incesantes lenguas de humo. Con centenares de riachuelos de lava y nubes de ceniza liberados durante los últimos días, el riesgo de erupción es tan alto que el Gobierno ha ordenado desalojar.

Aunque 24.000 personas han sido ya evacuadas, hay aún quienes prefieren fiarse más de su instinto y se niegan a abandonar sus casas. Eso es lo que ocurre en Krinjing-Krajan, a cuatro kilómetros del Merapi, cuyos escasos trescientos habitantes han decidido permanecer a la sombra (mala) del Merapi.

«¿Qué sabrán ellos? No son nadie para dar consejos porque viven en la ciudad y no conocen el volcán como nosotros», se justificó ayer Sukri, un granjero de 58 años de esta humilde aldea. Rodeado por un grupo de niños que corretean descalzos, Sukri se refugia a toda prisa bajo el porche de una sencilla cabaña de madera cuando arrecia la lluvia de ceniza procedente del Merapi. En unos instantes en la atmósfera flota un ligero polvillo que lo vuelve todo blanco y que quema sin remedio las tejas de las casas, las hojas de los árboles y los cultivos. «Ahora no puedo trabajar porque mis tierras se han echado a perder, pero sólo me iré de aquí cuando ya no me quede nada», afirmó Chitro, otro agricultor de 67 años que ni siquiera se marchó cuando hace una semana el ejército evacuó a un grupo de vecinos. «Se los llevaron a un colegio cinco kilómetros más abajo, pero la mayoría ya vuelve», explicó Marsiti, una mujer de 50 años, mientras contemplaba a varios adolescentes que jugaban al voleibol ignorando la copiosa nevada de ceniza.

Sin miedo

De igual modo una anciana pasa cargando un pesado fardo de hierbajos y otro joven continúa como si tal cosa sembrando en su plantación. ¿Es que no tienen miedo a que el volcán estalle? «Rotundamente no», responden. Una muestra de valor arriesgada, sobre todo porque 66 personas murieron en la última gran erupción en 1994 y otras 1.300 en 1930. Los vecinos piensan que pueden echar a correr para escapar de la lava, pero no saben que la mayor amenaza son las nubes de humo, que alcanzan una velocidad de 100 kilómetros por hora y transportan una abrasadora masa de aire de hasta 600 grados.