Cartas

Mi eterna gratitud

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Esta carta es de agradecimiento. Quiero expresar mi más completo respeto por el trabajo que se realiza en el Centro de Alzheimer de San Fernando.

Pero me gustaría empezar por el principio. Hace 12 años mi madre comenzó a tener depresión y experimentó cambios en su carácter, algo que en origen se achacó al hecho de haberse quedado viuda después de cuarenta años de matrimonio.

Sin embargo, pronto tuvo diversas sensaciones raras y olvidos no lógicos pero sobre todo -además de estar muy callada siempre-, su lenguaje se volvía limitado, no daba en la tecla con respecto a lo que quería decir. La convivencia se hacía cada vez más difícil y yo pensaba que mi madre ya no me quería, es más, que no me soportaba.

En aquella época llorábamos mucho las dos. Yo tuve una profunda depresión, de la que ella ni se enteró.

Hasta que comencé a informarme y llegué a la conclusión de que lo que le ocurría era que podía haber desarrollado la enfermedad de Alzheimer. La llevé al neurólogo y él me lo confirmó.

Después de muchas vicisitudes, en el año 98, una amiga que sabía de nuestro problema me dio el teléfono de una tal Mª Pepa Rodríguez Castañeda (bendigo ese día), que tenía entre manos la creación de una Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer.

Desde que hablé con ella me di cuenta de su calidad humana y de la inquietud que la movía a ayudar, pues ella también era familiar.

Recibí información y ayuda psicológica, a la vez que se llevaban a mi madre a un pequeño centro ubicado en el edificio de la residencia de la Cruz Roja, para estimularla y realizar trabajos que mantuviesen en la medida de lo posible su capacidad de autosuficiencia. Mientras yo descansaba un poco de la presión que suponía el estar 24 horas con un enfermo de estas características; quien no tenga un enfermo a su cargo, nunca podrá entender lo duro que es. Notas que poco a poco tu madre se te va muriendo pues llegas a ser para ella una completa desconocida.

Mi madre murió hace un mes en la Residencia de Alzheimer Dolores Castañeda, rodeada del infinito cariño a la par que atención de todos los que allí trabajan, desde la directora hasta el último de los empleados.

Por su habitación -en la que sólo estuvo enferma tres días-, pasaban todos para interesarse por ella y darle un beso. Se fue en paz y llena de un cariño sin límites. Por eso esta carta me parece muy poco para agradecer todo lo que han hecho por nosotros.

Carmen Egea. Cádiz