Progreso andaluz
Actualizado: GuardarCreo sinceramente que es una buena noticia para todos los andaluces que el Congreso de los Diputados inicie un serio debate sobre el proyecto del nuevo Estatuto de Andalucía. Las coyunturas políticas a veces vienen forzadas por el empeño de unos pocos, y al final terminan favoreciendo a la mayoría. Es cierto que sin el descorche del Estatut catalán, las aspiraciones de otras comunidades autónomas hubiesen permanecido en estado de hibernación, pero es falaz decir que dichas aspiraciones son frutos solamente del puro agravio comparativo. Es como pensar que las reivindicaciones salariales de los trabajadores tienen que ver más con la envidia al sueldo del jefe que con la verdadera necesidad. Querámoslo o no, el sistema autonómico que ha dibujado el mapa del Estado a partir de la Constitución del 78 ha favorecido el rumbo hacia la modernización y mejorado el nivel de vida de sus ciudadanos.
Recordemos los andaluces aquel 28-F de 1980, cuando el empecinamiento de los sectores más reaccionarios de la derecha española trató de impedirnos el paso a nuestra autonomía por la puerta que nos merecíamos. Entonces se nos asustaba con el peligro de los golpes de estado y con la ruptura de España; hoy se nos amenaza desde la bronca, el enfrentamiento y el estigma de los nacionalismos. Que el preámbulo del proyecto estatutario andaluz abunde en la hipérbole y en el galimatías para definir nuestra plural identidad no justifica la negativa a su simple discusión. Qué más desearíamos casi todos los andaluces que este nuevo texto fuera consensuado por la totalidad parlamentaria, pero a algunos le pueden más los intereses partidistas que las razones de estado. ¿No será que lo que escuece de verdad es la veta progresista que se asoma por diferentes artículos del texto, como la garantía de la enseñanza pública y laica, la adquisición de libros de textos gratuitos, el derecho a una muerte digna y sin dolor, a una renta básica, a la libre orientación sexual o a la diversidad en las formas familiares? Se pregona y propaga que este Estatuto no es el de todos los andaluces porque es un estatuto de izquierda. ¿Hasta cuándo vamos a estar pensando que la protección a los más débiles, la solidaridad con el prójimo, el respeto a la diferencia y el derecho a vivir según los dictados de la conciencia son cosas de rojos y republicanos? ¿O es que en verdad esas son las señas de identidad de la izquierda actual frente a una derecha nostálgica, beatona y cortijera? Con la ecuanimidad que les caracteriza, los obispos hablan de «obligación moral» para oponerse a la reforma, incluso se entrometen en los asuntos de la denominación territorial, tratando así de otorgar fundamento ético a las posturas más inmovilistas.
Sería deseable sin embargo que el Estatuto contara con el apoyo de la mayoría de las fuerzas políticas y ciudadanas para emprender esta nueva etapa, que sin duda nos ayudará a los andaluces a conseguir lo que queremos ser sin dejar de «ser lo que fuimos». Por otra parte, no nos vendría mal aprovechar este tirón para demostrar que la polémica «realidad nacional» no debe ser otra cosa que apertura frente a cerrazón, universalidad frente a chovinismo y cultura frente a ignorancia.