LA COLUMNA

Los límites humanos y el dopaje

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Aqué velocidad puede correr un hombre? ¿Qué peso máximo puede levantar? ¿Cuál es el límite de su resistencia a la fatiga? Depende de sus condiciones físicas y mentales, de su entrenamiento, capacidad de sacrificio, motivación. Porque ocurre que todos los seres humanos somos migrantes con un origen común. Las diversas razas y etnias humanas han sufrido modificaciones mínimas a lo largo de la civilización y nuestra constitución genética sigue siendo casi la misma que hace decenas de miles de años, porque el proceso de evolución genética y selección natural es demasiado lento. Por eso la vida humana se mantiene dentro de unos límites físicos y químicos relativamente estrechos, que han llevado a la búsqueda de estimulantes del rendimiento. Esos son, en buena medidos, los que han provocado los espectaculares resultados deportivos del último medio siglo. La cantidad, calidad y complejidad de las drogas actuales han convertido hace tiempo la alta competición en una intermitente sospecha de fraude. Sustancias que aumentan el volumen de oxígeno disponible, incrementan el ritmo cardíaco, modifican la presión arterial, desarrollan los músculos, acrecientan los impulsos nerviosos, provocan la secreción de adrenalina y permiten resistir mejor la fatiga son hoy de uso común. Hasta hace poco, los métodos de detección del dopaje eran poco fiables. Y todavía hoy, los test presentan una seria vulnerabilidad a efectos legales. Por eso esos inmensos negocios disfrazados de espectáculo que son los Juegos Olímpicos, los Campeonatos del Mundo, las Vueltas ciclistas y el deporte de alta competición hace tiempo que no están basados en la lucha limpia y, frecuentemente, se ven envueltos en la sospecha. Cualquier intento de acabar con ese fraude deportivo y ese riesgo para la salud de los protagonistas debe ser acogido con satisfacción. Por mucho que los límites del ser humano hagan perder interés por el espectáculo y nos traigan un lamentable bagaje de ídolos caídos.