ANÁLISIS

La ilusión de un país

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La vida de Hicham El Guerrouj comenzó con una ilusión en una de las zonas más paupérrimas de Marruecos. La alegría del joven era correr, después de fracasar de forma estrepitosa en el mundo del balompié. Recibió el beneplácito de los reyes alauíes en forma de dinero e infraestructuras, como la presa de Mohamed V.

El Guerrouj tiene todo para triunfar en los 1.500 metros. Él consiguió que un país se paralizara completamente durante su carrera en los Juegos Olímpicos. Todo el país acompañó en sus lagrimas a El Guerrouj cuando se cayó en Atlanta; y vio impotente como el keniano Noah Ngeny le adelantaba en el último suspiro en la cita olímpica australiana. Con casi 30 años llegó a Grecia. Era su cita. Se cuido, fijó sus objetivos, ahora ampliados. También corrió los 5.000 metros. Volvió a paralizar el país y volvió a llorar. Pero de alegría. El otro rey de Marruecos, siete veces campeón del Mundo, logró su corona. Ya lo tenía todo. Fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias. No necesitaba nada más. Sólo quería descansar, dejar de ser la imagen de su país. Ahora, después de casi dos años de competir, cuelga las zapatillas uno de los mejores atletas de la historia.