Herencia letal
un bar pero se desvanecen cuando llega la hora de la acción
Actualizado: GuardarDesde mis tiempos de la universidad vivo la frustración de la desidia española. Cada noche se nos ocurría una idea brillante para triunfar en una carrera saturada de estudiantes y especialmente limitada en puestos de trabajo. Sin embargo, no había proyecto que sobreviviera la luz del día, ese momento en el que toca dejar de hablar en torno a una cerveza y ponerse manos a la obra.
Cada vez que esas ideas geniales en las que había puesto toda mi ilusión, aunque fuera por una noche, perecía por abandono me sentía traicionada. Llegué a tomármelo tan a pecho que al final de mis cinco años en la Universidad Complutense montaba en cólera cuando alguien sugería algún proyecto para cambiar nuestros destinos. Me prometí, y creo haberlo cumplido en su mayoría, llevar a cabo todo lo que me propusiera en voz alta. O sea, menos palabrería y más acción.
Siempre he admirado a nuestros vecinos franceses por la determinación con la que reivindican aquéllo en lo que creen. Tanto si se trata de volcar camiones españoles en la frontera como poner barricadas en las calles para impedir la reforma laboral. Hay que admitir que se hacen respetar. Nosotros, en cambio, ni para el gran botellón como caigan dos gotas de agua.
Temo que lo llevamos en la sangre, porque esa es la triste herencia que le hemos dejado a muchos de nuestros hermanos latinoamericanos. Un amigo mexicano decía con tristeza que si los guatemaltecos no cruzaban la frontera para hacerles la revolución, no habría cambios en Chiapas. El tiempo le ha dado la razón.
Lo reviví con el supuesto boicot de los inmigrantes en Estados Unidos. La prensa estaba extasiada ante la posibilidad de que las cocinas de los restaurantes se quedaran vacías y las casas sin limpiar, pero, aparte de las grandes manifestaciones y algunas zonas muy limitadas, fue una jornada laboral como otra cualquiera. Ni hablar de aquéllo de no comprar un producto americano.
Si se les preguntaba, todo los hispanos de la ciudad respondían entusiasmados con palabras de apoyo y discursos casi guerrilleros, pero de ahí no pasaban. Incluso los pocos que secundaron la huelga fueron a trabajar durante una horas para dejarlo todo bajo control.
Como nosotros, protestan en la cola del supermercado o en la barra del bar, pero les supera la pereza y la desidia, por no hablar de la cobardía, para entrar en acción. Si se salvan de está será porque EE UU tiene miedo a despertar a la bestia. Suerte que en Washington no saben nada de la cultura española.