El Oratorio de la Purísima
Actualizado: GuardarLa condición mariana del templo del Oratorio la esclarecen su contenido y su historia. Los filipenses, tras unos comienzos difíciles de asentamiento en Cádiz (1671-74), abrieron su primitivo oratorio y residencia en la calle San José. Años más tarde (1680-82), Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682) pintaba el retablo de la Iglesia de Santa Catalina, del convento de los Capuchinos en Cádiz. Con su caída del andamio y su muerte, lo dejó inacabado. Tenía Murillo 64 años y estaba viudo. De sus hijos, Gabriel Esteban era sacerdote en el Perú; Gaspar, también sacerdote, fue canónigo en Sevilla; su hija menor María Francisca (retratada en sus inmaculadas) era profesa en el convento Madre de Dios en Sevilla; su hijo José murió siendo niño y sus otras hijas fallecieron también muy pronto. El fervoroso y genial pintor inmaculista había realizado la Inmaculada de los Capuchinos y, a su vista, recibió en Cádiz el encargo de otra que va a ser su postrera y que por la gloria angélica elíptica que la circunda, es la composición más bella de todas cuantas hizo, la cumbre y colofón de todas. Firmándola nos dejaba su despedida hasta el paraíso de Ella.
Lo curioso es que el lienzo se pinta seis años antes de iniciarse las obras del templo (1688-1719), hecho que muestra que éste va concebido explícitamente para la Inmaculada y que explica también que por retener y proteger ese lienzo durante el tiempo impreciso de la edificación, los filipenses lo trasladan a su oratorio matriz en Roma, Santa María de Vallicella; donde san Felipe Neri (1515-1595) había fundado su Congregación del Oratorio en 1575, hacía ya más de un siglo y donde al morir fue enterrado. Así pues, en el centenario de su muerte, nuestra Inmaculada estuvo ante el sepulcro del Santo incorrupto. Y volvió para presidir el nuevo templo gaditano, inaugurado en 1719. Luciría así en su iglesia en 1718, centenario natal de su autor, hermanando dos nacimientos, el del templo y el del pintor.
Nos dice Santiago Casanova (1911): «El P. Fray Diego Jiménez, del Orden de San Agustín, en el sermón que tuvo a su cargo en el segundo día de la octava de dedicación del Oratorio, (18 septiembre 1719) dijo: 'Este templo debiera haberse labrado para aquesta imagen, porque esta imagen sola merecía tan portentoso templo por ser el esmero de cuantos primores salieron de las manos del Apeles español, Murillo'. Pues así como el misterio de la Concepción es el non plus ultra de lo que por María pudo hacer la Gracia, así este lienzo es el non plus ultra de lo que en obsequio de María puede hacer el Arte. En otro párrafo relata el mismo orador la fundación del primer Oratorio Felipense en la Vallicella (Italia), por los años 1575, y refiriéndose al lienzo de la Purísima, así se expresa: 'La imagen de María Santísima, que hoy permanece en la iglesia nueva, es la que tenía la iglesia vieja de la Vallicella, que estaba para arruinarse, esa fue la que se colocó y a quien le dedicó el templo San Felipe. Esta imagen, que estaba en la iglesia antigua, se coloca, y a esta imagen se le dedica aqueste templo'».
Aclaremos que cuando el Prior dice «la iglesia vieja de la Vallecilla, que estaba para arruinarse», aludiría al conocido hecho histórico de que así se hallaba inicialmente cuando San Felipe y sus colaboradores la adquieren y restauran para fundar en ella su Oratorio, en 1575, dedicándolo a María Santísima.
El actual templo se hace íntegramente en honor de la Purísima. Fue diseñado arropando la doctrina mariológica inmaculista dentro de la teología mesiánica bíblica de la Nueva Creación, teniendo a esta como su manto, su marco y pedestal teológico de exaltación, en Cádiz, de la Inmaculada. Lo proclaman su misma advocación («Iglesia de la Purísima Concepción y de San Felipe Neri»), el lienzo presidiendo su altar mayor, la concepción teológica de Nueva Creación que lo inspira desde su cúpula trinitaria a su planta de siete capillas sacramentales, y la reiteración de la presencia de María que ha sabido encontrarse para cada uno de esos siete Sacramentos.
Resulta elocuente y bella la excepcionalidad de este oratorio mariano: Los filipenses tendrían ya una idea clara del carácter mariano del que querían levantar aquí cuando le fue encargada al pintor una Inmaculada, ocurriendo que cronológicamente de hecho existió primero la Inmaculada de Murillo y para ella se hizo después el templo. Así que Cádiz y Murillo tienen el raro y exclusivo honor de que para la que fue su última y su más hermosa composición inmaculista, se haya construido un templo. La razón de ser del oratorio gaditano es la inmaculada pintada por Murillo, es su palacio teológico, tal que son el uno para el otro.
Las preguntas surgen en cascada: ¿Cómo entonces pretende el Obispado y la Junta de Andalucía expoliarle al templo su Inmaculada y a esta su templo? ¿Cómo la Iglesia va vender la casa de su Madre? ¿Tan desconsiderados se va a ser con el, ya tricentenario en su Oratorio, sentir mariano de Cádiz? ¿Tan mal e ingrato sino va a tener de nuevo Murillo en Cádiz, después de su caída del andamio en Capuchinos y después (en tiempos del Obispo Añoveros) de haberse extraído todas las obras de su retablo en la Iglesia de Santa Catalina? ¿Así va a honrarse a la Inmaculada y a Murillo, su fidelísimo hijo, en Cádiz, donde literalmente se jugó la vida? ¿Es que todo este tesoro artístico, teológico y biográfico, toda esta memoria histórica y sentir permanente no tienen importancia frente a noveleros proyectos?
La pulcra Tacita de Plata lleva en su centro, en el fondo de su corazón, grabada en oro purísimo, el trono de la tota pulchra Virgen María y en él pintada la que fue amorosa, última y definitiva imagen salida de los pinceles creyentes del genio de las Inmaculadas. ¿Qué gran tesoro de Cádiz y qué alabanza permanente gaditana a la Virgen María es su Oratorio! Para Ella se construyó, de él siempre ha sido y es su Madre Reina. En sus manos está sin duda protegido en todo momento, también en estos tan obstinadamente difíciles y cegatos.
¿Que vuelva a él! Que nadie le arrebate su hogar, su trono, su palacio, su pedestal, en Cádiz, para dárselo laicistamente a La diosa Pepa. Lo mismo que volvió su lienzo un día para presidirlo, hagamos que vuelva ahora con honrosa restitución. ¿Recuerdan? Cuarto mandamiento: «Honrarás a tu Padre y a tu Madre».