Sociedad

El arte de romper el hielo

Iniciar una conversación no es fácil, especialmente ante desconocidos. Los especialistas aconsejan ser natural y entrenar las habilidades sociales para evitar bloquearse

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En blanco. Así se queda más de uno cuando se encuentra al jefe en el ascensor o cuando tiene que compartir mesa con los primos de un compañero de trabajo en la cena de su boda. Hasta el reloj parece ir más lento. Y es que mantener una conversación tiene más mérito de lo que parece. Aunque quizás más iniciarla. No vendría nada mal en esos momentos tener a mano una chuleta para salir lo antes posible del atolladero. Hay trucos. Uno de ellos es ser natural y, sobre todo, saber sacar partido a las habilidades sociales propias. Aunque no menos importantes son el escenario, el tipo de interlocutor o el grado de confianza que exista.

Como advierte el profesor de Relaciones Públicas José Daniel Barquero, no es lo mismo que el encuentro se produzca en la calle o que se trate de un acto público. Cada situación es diferente, pero existen unas pautas universales que pueden ayudar. Para la psicóloga Margarita Luque, la primera clave está en saber manejar los distintos niveles de lenguaje. Porque esto de conversar tiene su ciencia. En principio, se encuentra el nivel superficial, en el que se hacen preguntas o se habla de asuntos generales, como el recurrente tema del clima en el ascensor. En el siguiente escalón, el del nivel medio, se incluyen ya cuestiones como la profesión, el lugar de procedencia o el estado civil. Ya el último paso sería el del nivel profundo, en el que se intercambian opiniones, intereses, sentimientos o quejas de trabajo. Según Luque, lo recomendable es ir combinando los tres niveles.

Mejor no precipitarse

Requisito imprescindible es desarrollar empatía, saber escuchar y, sobre todo, no precipitarse. «Tan inapropiado es no implicarse emocionalmente con una persona con la que mantenemos una relación estrecha, como hacerlo con otra a la que acabamos de conocer. Hay que tener cuidado porque saltar de lo superficial a lo íntimo puede incomodar», asegura la especialista. Y es que romper el hielo cuesta. ¿De qué hablo? ¿Será una tontería? ¿Qué pensará de mí? No es fácil. De hecho, esos temores pueden generar verdaderos problemas de socialización.

«Las personas más tímidas y con menos habilidad social llegan a presentar cuadros de ansiedad al no ser capaces de resolver satisfactoriamente la situación», advierte María Dolores Fernández, psicóloga especialista en terapia intergrupal. Para evitarlo, lo ideal es entrenar las habilidades sociales. Como asegura Fernández, «no sólo pueden mejorarse, sino que también es posible aprenderlas».

De hecho, existen numerosas publicaciones, estudios y hasta cursos para mejorar esa destreza para relacionarse con los demás de forma eficaz. Lo que ocurre es que a veces cambiamos en función de la persona que tengamos delante. Para la psicoanalista Helena Trujillo, «no somos iguales ante un amigo que ante nuestro jefe. Sería más satisfactorio despojarnos de tantas máscaras».

Hablar sin preguntar

Junto a ese requisito de ser natural, existen numerosas fórmulas para dar comienzo a una conversación. Según los especialistas, hay que pensar que, estemos donde estemos, siempre existe un punto en común. El cumpleaños de un amigo, por ejemplo, puede dar pie a temas como el lugar en que se celebra, la bebida y la comida que se ofrece, el motivo de la amistad con el anfitrión... Sólo hay que mirar alrededor. Como advierte el psicólogo Enrique García Huete, «el entorno nos da pistas». Especialmente, cuando tenemos delante a personas desconocidas o de poca confianza. Las preguntas son buenas armas, aunque hay que saber utilizarlas.

Margarita Luque hace hincapié en la diferencia entre preguntas abiertas y cerradas. «No es lo mismo preguntar: ¿Te gusta el cine?, que proponer al interlocutor que explique por qué le gusta el cine. En la primera opción, la respuesta es sí o no; en la segunda, se permite a la otra persona contestar con más detalle», explica.

Ahí entraría en juego el terreno de la información gratuita, es decir, aquellas opiniones o comentarios que se revelan sin preguntar. Según los especialistas, es una buena manera de crear un clima de confianza. El peligro está en obsesionarse por no saber de qué hablar. Es uno de los miedos más habituales. Y también un riesgo, ya que el individuo se bloquea, dando lugar al incómodo silencio. O peor aún, a una actitud pasiva que le haga rehuir de conocer gente y alejarse de toda actividad social.

Los expertos advierten de que la sensación de hacer el ridículo y de que nuestros comentarios no son interesantes suelen ser los principales obstáculos. «Más que planear cómo pueden ser las conversaciones, tendríamos que llevarnos mejor con nosotros mismos y con nuestras imperfecciones. No hay que tener miedo de lo que decimos ni de lo que el otro pensará, nosotros somos nuestro mayor censor. Si hablamos con libertad y humildad, si sabemos escuchar, el éxito está asegurado», sostiene Helena Trujillo.

Pero si no se sabe de qué hablar, se pueden contrastar impresiones, manifestar opiniones, comentar la actualidad, hablar de proyectos personales o comentar alguna anécdota divertida. En este caso, tener aficiones, leer o estar al tanto de las noticias resulta muy útil.

Es importante, además, hablar sin monopolizar la charla. En caso de tener poca confianza con el interlocutor, es preferible ir a lo general, sin entrar en la intimidad y evitando temas comprometidos, como la política o la religión. En cualquier caso, siempre se puede hablar de lo que se conoce de forma directa: trabajo, estudios, lugar de residencia, amistades. O también de actividades, como el cine, el deporte o la literatura.

Como observa Margarita Luque, un buen ejercicio para entrenarse en estas lides es desarrollar un tema elegido al azar, por ejemplo, un vaso: «Puedes hablar de la forma, el tamaño, el material del que se hacen, el color, la utilidad...». La fluidez verbal y la capacidad para relacionar situaciones, cosas y personas sale reforzada.