Editorial

Acosadas

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El informe estadístico sobre acoso sexual a las mujeres en el ámbito laboral elaborado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, primero de este género y de amplia dimensión aporta datos valiosos para corregir conductas abusivas en relaciones de género que pueden manifestarse de otras formas, como con el llamado mobbing o incluso en actitudes de violencia.

En este sentido, el informe señala que el porcentaje de mujeres que declaran haber sufrido algún tipo de acoso durante el año pasado es el 9,9 por 100 de las que tienen ocupación laboral. La ausencia de estudios anteriores sobre el acoso sexual impide apreciar la evolución de esta rechazable conducta en la sociedad española. En términos absolutos eso significa que de los 8,5 millones de mujeres activas, 835.000 se han sentido acosadas sexualmente y otras 475.000 han vivido esas situaciones sin sentirlas como acoso.

Es revelador que el 92 por 100 de las mujeres perciban esas situaciones como formas de violencia -sólo una mínima parte las relaciona con jerarquía laboral-, pues en el fondo del acosador subyace el intento de imponer por la violencia su vulneración de la libertad sexual de la mujer. Pero aunque las cifras no sean especialmente alarmantes, en absoluto nos encontramos ante una cuestión banal con tendencia a desaparecer. No hay banalidad en situaciones de intimidación o degradación de personas, en este caso mujeres que ven atropellada su intimidad y su libertad, porque además eso es caldo de cultivo para el maltrato psicológico o físico.

Terminar con esta clase de prácticas es cuestión de educación, de intensificar la denuncia en mujeres paralizadas por el miedo a las represalias y concienciar a los empleados en los centros de trabajo de que esas ofensas cuya la calificación de leves o graves es relativa, pueden desencadenar graves disturbios profesionales, personales y sicológicos en la persona acosada aunque el culpable trate de restarle importancia a base de camuflar una humillación de palabra u obra delante de sus compañeros como una «broma».

Se trata en cualquier caso de responsabilizar sin atenuantes a tantos acosadores habituales y a tantos testigos mudos de acosos sexuales que terminan siendo cómplices pasivos de algo que, lejos de la gracia o el requiebro, es una agresión más o menos taimada, pero siempre vergonzosa, a la dignidad humana. Es decir, merecedora de tolerancia cero.