BORRADO. Yezhov, junto a Lennin, fue eliminado de las fotos.
Cultura

Delación como literatura

El libro 'Esclavos de la libertad' desvela los archivos del KGB sobre escritores soviéticos, con numerosos casos de chivatazos y venganzas donde se obviaban los méritos literarios y se perseguía hasta la muerte a los más moderados críticos

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La propaganda oficial presentaba al país como el paraíso de los artistas y creadores. Pero en el transcurso de la gran purga estalinista de los últimos años 30 y primeros 40, no menos de 2.000 escritores fueron detenidos e interrogados sin garantías legales. Unos 1.500 murieron fusilados o en campos de concentración. Murieron dos veces porque a la desaparición física sucedió una minuciosa labor de supresión de sus libros y la creación de biografías falsas en las que se obviaba lo literario y se acrecentaba lo contrarrevolucionario. Gracias a la apertura de los archivos del KGB, Vitali Shentalinski ha recuperado en Esclavos de la libertad. Los archivos literarios del KGB una historia sobre terror, la mezquindad y los chivatos y arribistas. Nada infrecuente en la historia de la hu-manidad, pero llamativo en el país que prometía el hombre nuevo.

Desde el mismo día del triunfo de la Revolución de Octubre, el nuevo Gobierno comenzó a cerrar periódicos y estableció una censura que se fue haciendo más evidente. Pero tras la muerte de Lenin, en 1924, Stalin se consolida en el poder por el procedimiento de librarse de todos sus rivales y dimiten los mo-derados. Ese mismo año, Zamiatin y Pilniak cometen la grave falta de publicar Nosotros y El árbol rojo, respectivamente en el extranjero. Eran dos libros que podían ser in-terpretados, sin gran dificultad, como críticas al comunismo. Zamiatin escribió a Stalin pidiendo permiso para irse a vivir fuera de la URSS. Fue el último escritor que lo consiguió.

Pilniak se convirtió a la más pura ortodoxia, pero nadie en la cúpula comunista le creyó. En 1937, fue detenido. La familia no recibió la noticia de su fusilamiento hasta 1941. No era tampoco algo inusual. La familia de Isaak Bábel no conoció su muerte hasta 1954, tres lustros después de fusilado. Durante ese tiempo, además, les dieron reiteradamente noticias tranquilizadoras: su salud era buena, estaba en un campo de trabajo pero iba a ser inmediatamente liberado... Ante las torturas, el autor de Caballería roja terminó por atribuirse delitos no cometidos. Luego declaró que era mentira pero no le sirvió para evitar el fusilamiento.

Bulgákov tuvo más suerte. Hasta le llamó Stalin para conocer de primera mano la razón de sus quejas. El autor de La guardia blanca consiguió confundirse con el paisaje pero no eludir otra refinada tortura: la de estar cada día hasta el final de su vida esperando la detención, sufriendo la confiscación de sus originales, vetado por las editoriales, sin medios de subsistencia y sin permiso para salir del país... muerto en vida.

Shentalinski cuenta cómo la Unión de Escritores se convirtió desde comienzos de los 30 en un nido de delatores. Controlada por los autores de menos talento pero más fieles a Stalin, la organización que debía preocuparse por los escritores era en realidad un ente censor donde la ética era un concepto desconocido. La investigación de Shentalinski no fue fácil. Sus trabajos comenzaron a finales de los ochenta, con Gorbachov en el poder. Pero había fuerzas añorantes del pasado y sufrió continuas dilaciones. Al fin y al cabo, lo que se conservaba no sólo eran las declaraciones de los acusados, sino también las denuncias.

Nada sorprendente en un país en el que durante décadas uno de los héroes cuya biografía se enaltecía en las escuelas era Pávlik Morózov, quien denunció a su padre por encubrir a disidentes, a sabiendas de que eso supondría el fusilamiento inmediato de su progenitor. El hombre nuevo no entendía de amor filial pero sabía perfectamente lo que significaba el terror.