CALIDAD. Manuel Jesús 'El Cid', en su lidia al sobrero de José Luis Pereda al que cortó una oreja.
QUINTA DE LA FERIA DE ABRIL DE SEVILLA

Salvado por la campana

El Cid le cortó una oreja a un excelente sobrero de Pereda que entró por un sexto de la corrida de Victorino de tono dispar y más bajo de lo esperado

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La corrida de Victorino fue muy dispar y terminó antes de tiempo. La disparidad sería por capricho del ganadero. El más bravo fue el de mejores hechuras, un segundo arremangado, bajo, poderoso y hondo. El peor, el quinto, con falso cuajo y fuera de tipo, cárdeno entrepelado con un raro manchón negro a modo de albarda o cincha. El cuarto, alto y degollado, fue toro de mucha vida y, aunque muy escarbador, peleó sin resistirse. El tercero, zancudito y estrecho, cobró cinco estrellones, cinco, antes de ver telas ni caballo, hizo fu en la segunda puesta de varas, hizo por irse en banderillas y, con el freno de mano a punto demasiadas veces, dejó estar. Tuvo un fondo de nobleza que tardó en brotar pero se acabó destapando.

Muy terciado, el toro que rompió plaza enterró los pitones dos veces, aguantó, se sostuvo y punto. Y, en fin, de que la cuota de victorinos se acabara antes de hora se encargaron a partes iguales la cojera acalambrada de un sexto de cuello y lomo largísimo, las protestas no demasiado ruidosas de unos cuantos y el rigor del palco presidencial, que tiró de pañuelo verde sin que el toro hubiera llegado a perder las manos. El arrastre del quinto, que cobró sólo dos picotazos y murió en tablas y echándose, fue subrayado con bastantes pitos y por eso dio la impresión de que la corrida de Victorino duró cuatro toros y noventa minutos.

La hora restante de espectáculo se la comieron la fatigosa faena de Encabo al quinto malo, la devolución del sexto, los cuatro minutos que se tomó el sobrero de José Luis Pereda en salir de chiqueros y, en fin, una muy larga faena de El Cid que dejó relativamente contentos a todos. Feliz al ganadero, que, en corrida de Victorino, no contaría con lidiar un sobrero. Y encima un sobrero de la calidad de éste, que fue de una armonía formidable: finas cañas, lustre, ligeramente ensillado, astifino, un punto agalgado y con un cuello de especial elasticidad. Bravo fue el toro de salida y en el caballo. Firme el galope, pleno el son.

La entrega clara del toro vino a marcarse en contraste con el tono común a los cuatro victorinos potables jugados por delante, porque los cuatro sacaron ese aire correoso tan propio de la ganadería. Pero ésa no era la corrida de Victorino que se esperaba en Sevilla. Y aunque no fuera para rasgarse las vestiduras, el aire de decepción se dejó sentir hasta que Pepín Liria no se animó a vaciarse con el cuarto, a engancharlo por abajo, a traerlo, obligarlo y llevarlo, a porfiar con él como si se estuviera jugando la temporada o volver a venir a Sevilla dentro de un año.

Con desgarro

Fue una faena de mucho desgarro y, por tanto, mucha expresión. En señal de compromiso, Pepín se plantó de rodillas a porta gayola, libró el toro por milímetros, se enroscó en ajustados lances remanguillados, le dio al toro electricidad, sitio y ventajas y, cuando tocó ir por todas, por todas se fue el torero de Cehegín. Fue faena de torero curtido en mil batallas, pero sin dejar de parecer batalla nueva. Fragor en los embroques, toreo atornillado, ligado, por abajo. El toro, provocado, respondió. No se habría visto igual en otras manos. El primero de los dos que mató Pepín no dio más que algún susto menor cuando vio al torero puesto al hilo. Ni duro ni blando de cáscara, insípido toro.

Encabo, que dispuso sin problemas pero sin brillo del deslucido quinto, no terminó de cogerle el aire al segundo, sino que pareció torear al suyo, al aire del toro. Hizo viento y molestó. Encabo le perdió pasos al toro y tal vez esa no era la manera. El trabajo tuvo tensión, también oficio.

Pero las escarbaduras no permitieron más confianzas que las justas. La estocada fue de nota. Los apuntes a la verónica en el recibo, también.

El Cid no se acopló con el tercero. Toro y torero se empezaron hacer regates después de un prometedor comienzo porque El Cid se fue a buscar al toro a la puerta de chiqueros y se lo sacó hasta el platillo. No es que eso fuera todo pero casi. Encima del toro El Cid, que sufrió un poquito y acabó haciendo forzados péndulos en señal de renuncia.

La salida del sexto no auguraba nada bueno y los que habían ido a ver al torero y no los toros se echaron encima del palco. No hizo falta tanto.