Simpleza y sencillez
Actualizado: GuardarConstituyen nuestro pan informativo de cada día noticias que, referidas a la inmigración, pueden mover a la reflexión. Pero que suelen, también, provocar toscas simplificaciones.
Escojamos alguna de estas noticias -reiteradas, por otra parte, en todos los medios, con una u otra forma-: a) mil trescientas personas han fallecido en los seis últimos meses al intentar alcanzar las costas canarias, procedentes de Mauritania, donde siguen esperando, para emprender la misma suicida aventura, más de doce mil aspirantes a inmigrantes; b) elecciones sectoriales en Holanda confirman el ascenso de la derecha xenófoba; c) detenidos decenas de rumanos que, bien organizados y pertrechados de sofisticada tecnología, han perpetrado numerosos delitos violentos en el levante español.
Si, en una hipotética encuesta, recabáramos de nuestros conciudadanos una valoración de ese conjunto de datos, seguramente la respuesta no sería uniforme.
Alguno respondería no sentirse interesado en la política, y nos haría ver que el horizonte de sus preocupaciones se circunscribe a que no suba más el precio de la gasolina o a intentar vislumbrar el desenlace del último culebrón televisivo. La respuesta podrá calificarse de simpleza, pero no es original ni exclusiva; al fin y al cabo, no hace muchos meses, un altísimo responsable (?) político, refiriéndose a un conflictivo caso de expulsión coactiva de inmigrantes, sintetizó, ufano: teníamos un problema y lo hemos resuelto.
Alguna otra respuesta se limitaría a invitarnos a aceptar lo que está escrito (¿por quién?): los negros no saben nadar, los holandeses son de derechas, los inmigrantes roban. Seguramente, añadirían, llevando la simpleza a las últimas consecuencias que si los inmigrantes son delincuentes, lo lógico es cerrar las fronteras, aunque ello provoque que mueran al intentar superarlas. Y, en ese contexto, la xenofobia puede resultar hasta coherente.
Tampoco se trata de una respuesta original. Es más, la expulsión -que es el corolario del cierre a ultranza de fronteras- es, de hecho, la única respuesta que se le ha ocurrido a nuestro sistema para hacer frente a la inmigración ilegal. Un botón de muestra: ante las últimas detenciones de jóvenes extranjeros, presuntos integrantes de bandas violentas, -en concreto latin kings-, nuestras autoridades han recurrido, para tranquilizarnos, al compromiso de expulsar inmediatamente a todos los detenidos.
Pero así no se consigue la tranquilidad del simple ciudadano, sino la del ciudadano simple.
Si procuramos eludir la simplicidad y aplicamos, sencillamente, el sentido común, resultará poco tranquilizador que se proceda a expulsar a quien no ha sido juzgado. Si no sabemos la responsabilidad en que puede haber incurrido cada uno de los sujetos, ¿cómo justificar su expulsión?. ¿Dónde quedan la presunción de inocencia y el derecho a un juicio justo?. Y si, realmente alguno hubiera cometido hechos delictivos graves ¿basta con la expulsión sin un juicio penal que determine la realidad de esos hechos? ¿Se renuncia a la exigencia de responsabilidad penal? ¿Y la satisfacción a las víctimas? ¿Y la posibilidad de que la expulsión indiscriminada, sin investigación de los concretos delitos, deje impunes a los verdaderos responsables?.
Sólo desde la simpleza puede aplaudirse la expulsión como alternativa única. Un ejemplo: el Código Penal ordena al juez que, con alguna excepción, sustituya las penas carcelarias inferiores a seis años impuestas a un extranjero no residente legalmente en España por su expulsión. Lo que supone, como advierte una clásica sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, «...una especie de invitación a los millones de ciudadanos de los países en que se produce y obtiene la cocaína para que viajen a España con medio kilo... [ya que] el transporte de cuatrocientos o quinientos gramos debe sancionarse con un viaje de vuelta gratis al país de origen».
Quizá lo más sencillo, que no lo más simplista, sea preocuparse no tanto de mantener la amenaza de expulsión que, como espada de Damócles pende sobre los irregulares, condenándolos a la clandestinidad y la indefensión, sino de la suerte de los noventa mil extranjeros no regularizados que, en Andalucía, trabajan para el enriquecimiento inmoral de unos pocos desaprensivos. Pero, también en estas cuestiones, el simplismo desplaza a la sencilla reflexión. La situación pasa a ser grave cuando los simplificadores difunden su mensaje perverso en las amplias capas de población que, con la fe del carbonero, cada vez son más remisas a reflexionar.